Gabriel García Márquez escribió en 1958 una sabrosa crónica sobre la capital de Venezuela denominada: “Caracas sin agua”. En la descripción relataba cómo los ciudadanos recibieron el pronóstico de la crisis hídrica y el comportamiento sudamericano para afrontarla, todo desde la óptica de un ingeniero alemán. Las coincidencias con Piura, y tal vez de todo el país, se asemejan al límite.

En la ciudad llanera anunciaron las restricciones del agua. El ingeniero alemán Samuel Burkat tomó conciencia de la advertencia y calculó hasta cuándo podría abastecerse del líquido elemento. A diferencia de él, los caraqueños continuaron con su vida como si nada pasara, a la espera que la naturaleza les traiga la lluvia y les devuelva la vida ante el abrasante calor.

He vivido en Piura, y el tema de la sequía es frecuente. La represa de Poechos, en Sullana, suele reducir su caudal a niveles mínimos ante el aspaviento de los agricultores, quienes se disputan el agua con los ciudadanos. No es un hecho reciente; pero, vean ustedes que, pese a considerarse una problemática recurrente, la naturaleza vuelve a revelar la poca fortuna de las autoridades de turno para resolver la crisis hídrica.

Lo curioso es que, así como en Caracas, los ciudadanos y las autoridades esperan el día lluvioso. Y, como la naturaleza es caprichosa, esto sucede cuando el verano alcanza su pico de calor. Entonces, ya no se sufre por agua, sino por su abundancia. El río de Piura se desborda; mientras los agricultores y los ciudadanos padecen por las inundaciones. Pasan de la sequía a las precipitaciones.

Este círculo enconoso, lamentablemente, nunca se rompe. La reserva de agua volverá a asustar cuando se deprima su almacenamiento y las lluvias solo servirán para enfundar temor. ¿Cuándo los piuranos podrán decir que aprovecharon la abundancia y guardaron agua para mayo? No seamos como el Caracas sin agua del premio Nobel.