Cada vez que se publican los resultados de pruebas nacionales o internacionales en Matemáticas, se observa que alrededor de una cuarta parte es calificada como “logrado” o “satisfactorio”, y tres cuartos como en “inicio” o “proceso”, lo que se traduce a “no logrado” o “no satisfactorio” respecto al rendimiento que se esperaría de los alumnos.

También se observa que conforme suben los grados evaluados, desde 2do de primaria hasta secundaria, el porcentaje de los “logrados” se va reduciendo, por lo que el de los “no logrados” aumenta conforme suben de grado. Todo eso, gracias a las 2,000 horas de matemáticas que llevan a lo largo de su vida escolar.

Me pregunto ¿qué pasaría si redujesen esas 2,000 horas a solo las 1,000 básicas y las otras las usaran para promover todo tipo de actividades y aprendizajes que pongan en juego la capacidad creativa de los alumnos?. En esa dimensión no hay necesidad de diferenciar a los que logran de los que no logran porque todos logran. No habría necesidad de rankings, estándares ni uniformidad porque cada uno podría sentir que puede canalizar sus ideas y energías creativas de un modo que le produzcan placer y entusiasmo por aprender.

Si le preguntamos a los empleadores de todo el espectro empresarial qué cualidad aprecian más como talento a retener en su empresa, el dominio de las matemáticas o las capacidades creativas ¿Qué contestarían? No tengo dudas que valorarían largamente más la creatividad.

Siendo así, si el éxito académico y laboral tiene una fuerte demanda de creatividad, ¿por qué se desprecia tanto en la conceptualización del rol educador de la escuela?

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