Leyendo “Palabra de Director”, las memorias de Pedro J. Ramírez, el legendario director de periódicos españoles, me topo con esta cita de Montaigne: “cada cual ha de jurarse a sí mismo lo que los reyes de Egipto hacían jurar solemnemente a los jueces: que no se desviará de su deber fuere cual fuere la orden que ellos mismos le dieren”. En esencia, lo que era válido para los jueces en Egipto es válido para los periodistas en el Perú y en todo el mundo. Solo el periodismo que cree en la verdad es capaz de subsistir.
Seguramente por eso Pedro J. citó la frase en su discurso de aceptación del premio Montaigne, añadiendo en un arranque de libertad e independencia: “yo suscribo ese juramento, superior a los lazos del mercado, de la ideología, de la sangre, de la amistad o enemistad, del odio, del amor, e incluso del placer y del dolor. Que nada imponga su dominio sobre mí, hasta el extremo de impedirme discurrir, hablar, escribir o tomar postura sobre ello. Publicar o perecer. Mejor dicho: publicar sin perecer. O todavía más aún: publicar para no perecer. Salvar la lengua a fuerza de usarla. Mantener el tipo, defender el espacio, dejar sin sitio al despotismo”. Publicar o perecer, publicar para no perecer, publicar con libertad por encima de cualquier lazo, componenda, acuerdo secreto, pequeñez y medianía. En eso consiste el verdadero periodismo, en publicar la verdad y no la mentira, la verdad informativa y no la propaganda política.
Por supuesto, para publicar la verdad es preciso buscarla, encontrarla, defenderla. Y creer en ella. Es imposible que el periodista defienda la verdad si no cree en la propia existencia de lo verdadero. Por eso pululan los sofistas, los propagandistas y los perseguidores, porque no creen en la verdad, solo en su interés, solo en su pitanza.