El gobierno de la República Popular China ha entrado en shock al constatar un rebrote del coronavirus, y el hermetismo pasa porque esta vez está apuntando a la propia capital, la ciudad de Beijing. Las medidas adoptadas se han hecho con tal rapidez que en poquísimas horas los 21 millones de habitantes de esta urbe, han procedido su cumplimiento escrupuloso.

Colegios y universidades han sido cerradas por completo y las colas para someterse a los exámenes médicos de detección de la enfermedad, al cierre de esta columna, ha seguido sin dejar de ser prolongadas.

El gobierno de Xi Jinping hace todo lo posible para que el rebrote sea neutralizado y no configure en el propio corazón político de China, un escenario como el de Nueva York para los estadounidenses. Pero más allá de que el rebrote preocupa y de que, además, confirma que una vez que haya pasado el pico de la pandemia, no se puede bajar la guardia porque los rebrotes pueden ser más feroces como lo demuestran epidemias del pasado, lo que podría concluirse a primera vista, es que la actual pandemia que azota a la humanidad, no puede ser achacada a China como lo pretende el discurso acusador de Donald Trump.

Por lo anterior, debe haber sensatez y equilibrio para actuar sin apasionamientos para no desnaturalizar la difícil realidad. Es tan cierto que China no puede imputar a EE.UU. haberle provocado una guerra bacteriológica, porque nadie se dispara a los pies -EE.UU. es el país con más infectados (2,2 millones) y muertos (119 mil) en el mundo-, como que China sea acusada por Washington de actuar con desidia o deliberadamente en un laboratorio para provocar la diseminación del Covid-19.

TAGS RELACIONADOS