La visita del presidente Castillo del pasado martes al Congreso, en respuesta a la aprobación de la discusión de la moción de vacancia presidencial que se aprobó apenas el día anterior, abrió una puerta a la salida del punto muerto en que gobierno y oposición han llevado al juego político peruano. No es una puerta abierta de par en par, de acuerdo. Es una rendija, que además puede ser breve. Pero se abrió algo. Lo suficiente para descomprimir en algo el ambiente.
Más allá de las críticas a las conocidas deficiencias sintácticas del Presidente, hubo dos gestos políticos de Castillo –en realidad, tres, si te toma en cuenta su visita sorpresiva al Parlamento– que permiten pensar en un avance en la dirección de rescatar cierta mínima gobernabilidad. Uno fue su alusión a la importancia de sostener políticas públicas de atracción de la inversión privada para impulsar el desarrollo. Esto puede ser el primer reconocimiento de Castillo de que no puede expulsar el capital precisamente en donde hace falta, si no quiere fracasar como gobernante. El otro gesto fue que no mencionó ni una sola vez su intención de cambiar la Constitución. Claro que hubiese sido mucho mejor que dijera abiertamente que ese proyecto quedaba fuera indefinidamente, pero también tuvo que balancear sus fuerzas al interior de los bloques en el poder que lo circundan.
El Presidente pareciera estar comprendiendo que la estrechez de su triunfo electoral no le provee el suficiente capital político para arrasar con todo y volverlo a hacer. Si lo entiende y elige partes de su agenda de izquierda, sin tocar lo esencial que defiende el bloque centro derechista y derechista de la oposición, se puede empezar a salir del punto muerto. Claro que requerirá que esta parte de la oposición también ceda en algo. Eso sí, quienes más resintieron el discurso de Castillo, fue el sector de la izquierda caviar, dueña y señora de la burocracia pública –consultorías y ONGs incluidas– hasta que llegó este régimen.