En columnas pasadas nos hemos referido sobre el retorno a la bicameralidad. Una reforma postergada que pudo alcanzar consenso y que se pondrá en marcha para el proceso electoral de 2026. Sobre el Senado quiero referirme al énfasis puesto como institución de contrapeso a la Cámara de Diputados. Un rasgo importante pero no el único, pues, de las tres funciones tradicionales de todo parlamento, representar, fiscalizar y legislar, la primera subyace en todas y brinda su legitimidad de ejercicio. Desde este punto de vista, el consenso surgido para recuperar al Senado parte de una composición mixta, es decir, sesenta representantes elegidos por circunscripción electoral y los restantes por distrito único electoral nacional. Una fórmula que parece una solución de consenso tras no llegar a un acuerdo en favor de una composición enteramente territorial.

Otro tema de reflexión es la práctica de diseñar las cámaras aplicando la teoría de la representación sin una visión realista sobre nuestra diversidad cultural. Esto contrasta con conocer la realidad y el grado del vínculo ciudadanos-representantes para producir un proceso inverso: diseñar la estructura más adecuada desde la realidad del tejido social, algo parecido a que “toda demanda produce su propia oferta”. La aparición de partidos con arraigo ciudadano e identificación por sus ideales fue clave para consolidar la representación política. En el Reino Unido, la tradición de los tories (conservadores) y los whigs (hoy laboristas) es un ejemplo. En los Estados Unidos, el pacto federal se manifiesta en todas sus instituciones y su Congreso está representado por demócratas y republicanos.