Cada vez más adolescentes recurren a chatbots de inteligencia artificial para resolver dudas sobre relaciones, emociones y sexualidad. No lo hacen por moda tecnológica, sino porque ahí encuentran disponibilidad inmediata, privacidad y ausencia de juicio. Mientras tanto, muchos padres exigen que los colegios no aborden estos temas, convencidos de que así protegen a sus hijos.
¿Qué ocurre cuando la escuela calla? Diversos estudios muestran que los adolescentes suelen percibir a los padres como interlocutores difíciles para hablar de sexualidad, ya sea por vergüenza, miedo a decepcionar o diferencias generacionales. Cuando ese diálogo no ocurre ni en casa ni en la escuela, el vacío no queda vacío. Es ocupado por algoritmos.
El mismo joven al que se le prohíbe una educación sexual guiada en el aula formula sus preguntas más íntimas a una inteligencia artificial entrenada con millones de textos de internet. Una IA que responde con fluidez, pero sin responsabilidad afectiva; que no conoce el contexto familiar, cultural o religioso del adolescente; que no rinde cuentas y cuyo objetivo no es educar, sino generar respuestas plausibles.
Se produce así una paradoja inquietante: en nombre de la protección, se expone a los jóvenes a una fuente de información sin mediación humana ni ética explícita. La educación sexual no desaparece; simplemente cambia de manos.
Cuando los adolescentes se interesen por la sexualidad ¿quién estará presente en esa conversación: educadores formados, capaces de contextualizar, articulado con la familia, o una caja negra algorítmica que no rinde cuentas a nadie?




