La ineficacia del Estado es alarmante. A la ineptitud del Gobierno de no tener respuestas ante el alza de combustibles y alimentos de primera necesidad, se han sumado en estos días el colapso del sistema para la entrega de pasaportes y el derrumbe de una parte de la fortaleza de Kuélap, algo que se habia alertado con anterioridad. El Congreso no se queda atrás. Insiste con sus medidas populistas y prepara un golpe contra los fondos de las AFP. Es evidente que las acciones de ambos poderes no se basan en los aciertos. Por ello, el rechazo masivo de los peruanos.
Los distintos niveles de conducción del Estado no han podido dar coherencia y eficiencia a su labor de servir a la gente, dado su alto grado de improvisación y desconocimiento. La consecuencia inmediata es que no se puede afrontar con éxito la crisis política y económica que ahora angustia a los hogares de nuestro país.
Frente a este panorama, ¿cómo esperar entonces que los ciudadanos confíen en el Estado? Si eso es muy difícil, imagínense pedirles que participen en la tarea nacional de ponerle el hombro al país. Eso es prácticamente imposible en este trayecto de nuestra historia en que la inestabilidad y las carencias discuten su supremacía. Por eso los peruanos salen a las calles. Sin embargo, las marchas más que una protesta o un reclamo puntual, se seguramente en una luz roja prendida en la cara de los gobernantes de turno.