Parece que la única persona en este país que cree que los ministros del Interior, Juan José Santiváñez; y el titular de Desarrollo e Inclusión Social, Julio Demartini, son un activo para su gobierno y el bienestar de los peruanos, es la presidenta Dina Boluarte, quien hace tiempo ha debido mandar a su casa a ambos funcionarios que andan metidos en más de un escándalo, más allá de ser cabezas de gestiones ineficientes, especialmente la del responsable político de la Policía Nacional.

El domingo último, en Cuarto Poder, han aparecido más audios que ponen en duda la idoneidad del ministro Santiváñez. Ahí se menciona que el comandante general de la PNP, general Víctor Zanabria, lo habría alertado de un allanamiento a su casa. A eso se suman los alarmantes índices de violencia en las calles, por más que el titular del Interior se esfuerce en mostrar sus “propias” cifras y en dar cuenta de resultados de operativos contra criminales, lo cual está muy bien.

El otro lastre en la gestión es el ministro Demartini, el que dijo que iba a conversar con la mandataria sobre su salida del gabinete, pero nada. Hace dos días un dominical ha dicho que en Palacio de Gobierno están tratando de apartarlo del Poder Ejecutivo debido al escándalo de la comida en mal estado de Qali Warma, la muerte de un proveedor implicado en irregularidades y audios más que dudosos. Lo que no se entiende es por qué resulta tan complicado alejar a este ministro. ¿Sabe demasiado?

Estos cambios en el equipo ministerial han debido darse hace mucho tiempo, y si no se han producido, es el Congreso el que ha debido censurarlos. Sin embargo, frente a la Plaza Bolívar no se dan por enterados ni para hacer un pleno extraordinario que permita aprobar por insistencia la ley que para retomar las detenciones preliminares. Desde ayer están en semana de representación. O sea, están en receso parlamentario, pero igual reciben dineros públicos para ir a sus regiones de origen.

La lista de ministros que deberían dejar sus cargos es más amplia, sin duda, pero la salida al menos de los dos mencionados serviría como un balón de oxígeno a una gestión que si va a llegar a julio del 2026, lo hará arrastrándose no tanto por los golpes de la izquierda castillista y cerronista, que son insignificantes, sino por las metidas de pata de la mandataria que carece de reflejos para hacer las cosas en el momento oportuno, y no cuando ya se encuentra en medio de una severa crisis.