Ayer se cumplieron 32 años del atentado senderista en la calle Tarata, en Miraflores, que costó la vida de 22 personas inocentes que se encontraban en familia dentro de sus casas o caminando por la zona, un atentado que a pesar de lo salvaje, brutal y doloroso como son todos los actos sangrientos cometidos por las bandas terroristas que por poco arrasan con el país y todos nosotros, a veces es usado por esos a los que les cuesta condenar del todo este tipo de acciones, para dividir a los peruanos.

Afirman que luego de este atantado cometido en el corazón de Miraflores, los limeños “recién” se dieron cuenta de la magnitud de la escalada senderista y de que ya la tenían a la vuelta de la esquina, mientras nunca antes prestaron atención al drama que ya se vivía desde una década atrás en regiones como Ayacucho, Huancavelica y Junín, o en la selva, donde las dos bandas armadas, especialmente el MRTA, ya comenzaban a operar en alianza con el narcotráfico.

Eso es falso, a inicios de los años 90 el Perú estaba casi parado por la violencia terrorista. Era un país inviable y al borde del colapso. Eso se vivía tanto en Lima como en las regiones. Nadie podía vivir tranquilo por los efectos del accionar terrorista. En la capital habían asesinado a María Elena Moyano en Villa El Salvador; al general Enrique López Albújar en pleno San Isidro. Se habían volado el BCP de Las Begonias una y otra vez, al igual que el edificio Solgas de Aviación con Javier Prado. Los reportes de lo que pasaba en la sierra y la selva los recibíamos a diario. Yo era estudiante de Periodismo y recuerdo muy bien todo esto.

Que había gente que vivía en una nube, es posible. Y es posible también que la haya seguido habiendo luego del ataque de la calle Tarata, ese que un sujeto impresentable llamado Adolfo Olaechea Cahuas (a) “embajador del terror”, justificaba desde Europa al afirmar públicamente que esta vez, por tratarse de Miraflores, le había tocado a los “señores que se dedican a hacer surfing”. El audio, estimado lector, aunque no lo recomiendo por lo indignante y nauseabundo que resulta escucharlo, está en la web del Lugar de la Memoria (LUM).

Es imposible negar lo mediático del ataque en Tarata con sus 22 fallecidos. No siempre hay en el mundo terroristas tan salvajes como para dinamitar una tonelada de anfo y dinamita en medio de una calle estrecha y rodeada de edificios. Si hubiera sucedido en zonas urbanas y comerciales de Santiago, Buenos Aires, Tel Aviv, Roma, Nueva York o Ciudad de México, la noticia igual daba la vuelta al mundo y el impacto interno hubiera sido brutal. A los que aún les cuesta, condenen el ataque nomás, y no sean como “el embajador del terror”, que ya se murió hace muchos años.

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