El periodismo, en tiempos de incertidumbre, debería aspirar a ser una suerte de bálsamo. Cuando hay saturación de datos confusos y de precipitaciones informativas, el periodismo debe poner paños fríos para buscar la verdad. Sobre todo en momentos como este.

Lo que ha ocurrido en el Vraem es una matanza perpetrada por terroristas, por criminales miserables. De eso no hay duda, porque quien asesina de ese modo está haciendo terrorismo, está cometiendo un crimen. Hasta ahí hay claridad. Luego viene una serie de hechos que aún están pendientes de ser aclarados, y que debemos tomar con cautela para no caer en la corriente feroz de barras bravas que vociferan en estas horas terribles de la segunda vuelta electoral, y que hemos podido ver en ambos lados.

Los volantes encontrados en el lugar del crimen señalan como autores a los remanentes de Sendero Luminoso. Y el Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas se ha pronunciado en ese mismo sentido, señalando a esa organización criminal.

Sin embargo, hay que señalar lo que los especialistas y quienes han cubierto las incidencias en el Vraem estos años precisan: los remanentes de Sendero que siembran el terror en la zona lo hacen en maridaje con los narcotraficantes, trabajando con ellos y para ellos. No son la guerrilla subversiva que pretendía hacer la “revolución” y tomar el poder. Son, en definitiva, terrucos que viven del cobro de cupos y el sicariato. Como ocurre en otras zonas del país en el ámbito criminal (por ejemplo, en el norte), pero peor porque esa zona les pertenece y el Estado está ausente; ahí mandan ellos y los narcos.

Según el testimonio de una sobreviviente de esta masacre, recogido por el portal Ojo Público, los sicarios llegaron vestidos con ropa normal y solo a matar, como si fuera por encargo. Y se fueron con las mismas, sin hacer proclamas ni nada por el estilo. Hay aún muchos cabos sueltos aún. Vale mirar el asunto con seriedad, bajándole las revoluciones propias de esta fiebre electoral.