El fraude electoral en Venezuela, perpetrado por Nicolás Maduro, es una afrenta descarada a la democracia. Tras perder con un 70% de los votos frente a la oposición liderada por María Corina Machado y Edmundo González, el actual presidente venezolano se negó a reconocer su derrota y tomó medidas extremas para mantenerse en el poder.

Maduro prohibió el voto en el exterior y cerró las fronteras, impidiendo que los venezolanos fuera del país pudieran expresar su voluntad en las urnas. Estas acciones muestran el miedo del dictador a la voz del pueblo y su desesperación por mantener el control a toda costa. Días antes de las elecciones, Maduro evacuó a su familia del país, anticipando el uso de la fuerza para reprimir cualquier resistencia.

La noche del 28 de julio, tras el cierre de las urnas, se reportaron arrestos arbitrarios de manifestantes y la presencia de grupos violentos enviados por el gobierno de Maduro para sembrar el terror en las calles. Estas medidas represivas buscan evitar un levantamiento popular en defensa de la verdad y la democracia. Es evidente el premeditado golpe de Estado de Maduro, al prohibir el ingreso de observadores internacionales.

Otro hecho que evidencia el descarado fraude fue cuando el Consejo Nacional Electoral filtró por error una selfie en la que se veían claramente los resultados que daban la victoria a Edmundo González. Las cifras oficiales, que sumaban más del 132%, demuestran una manipulación burda de los resultados.