Las dos razones fundamentales por las cuales las elecciones regionales y municipales son quizá las más deslucidas y poco interesantes para el elector, son que estas se producen mientras el país atraviesa una severa crisis política causada por un gobierno tan incompetente como corrupto, y porque el menú electoral que ofrecen las agrupaciones políticas parecen ser más de lo mismo.
Qué tanto puede importar al elector quién será su gobernador o su alcalde, si en Palacio de Gobierno tenemos a un mandatario con seis acusaciones por corrupción, un gabinete en que los ministros duran días o semanas por incompetentes o impresentables, y un Congreso que no logra los votos ni para censurar a un ministro como el del Interior, Willy Huerta.
De otro lado, cómo pedirle al elector entusiasmo si los candidatos en su mayoría no ofrecen garantía de una gestión eficiente y decente. En muchas jurisdicciones son los mismos de siempre. En el caso de Lima, vemos tres candidatos derrotados en las últimas elecciones presidenciales, otro que tuvo que renunciar a la vicepresidencia por un escándalo, una aspirante sin cuerpo de regidores y otra que representa al partido de un político fracasado y retirado, y así por el estilo.
No se puede pedir mucho al elector. En la mayoría de casos sus experiencias con gobernadores y alcaldes han sido negativas. Sin embargo, queda ir a cumplir con el deber de votar, ser miembro de mesa si corresponde, y tratar de elegir al mejor dentro de la oferta existente. La esperanza debe ser lo último que se pierde.