Muchas cosas grandes y buenas dependen de la educación. La construcción de una verdadera conciencia nacional está íntimamente ligada a la Universidad. Si las Universidades cumplen con su papel, si actúan defendiendo la razón y la libertad, la generación del Bicentenario restaurará la grandeza de nuestro país. Las Universidades jamás deben abandonar su deber formativo y no deben convertirse, aleccionadas por la mala política, en fábricas de ideologías perversas o en centros promotores del odio y la lucha de clases.

La Universidad es la casa de la unidad, del diálogo fecundo, de la conversación alturada y flexible, de la discusión que aspira a la verdad. La ciencia no se impone, se propone. La academia existe para servir a la comunidad y el mejor servicio que podemos hacer a nuestro país es luchar por una sociedad unida, sin fracturas y cainismos, abierta al cambio, con realismo y esperanza. La universidad es la cuna y el arca de la peruanidad, en sus aulas se forma la clase dirigente del país. Por eso, el triunfo de la Universidad equivale al desarrollo del Perú. Transformar la universidad peruana, convertirla en un referente continental, liderar la educación superior, son anhelos que todos los universitarios debemos promover y mantener como principios que no se negocian. El último reducto de la libertad, el corazón de la razón y la memoria es la universidad.

Este Bicentenario debe prepararnos para la larga lucha por el desarrollo. Y eso pasa por presentar soluciones realistas a los grandes problemas nacionales. He aquí la misión de la universidad. Defender el realismo peruanista frente a las utopías. Enseñar a nuestros alumnos que no hay otro camino para el triunfo que aquél dónde dejamos la sangre, el sudor y las lágrimas.