Lo que está sucediendo con el expresidente Toledo tendría que hacer reflexionar a todos los que aspiran a obtener el poder. También a los que detentan el poder en este momento. Los poderosos parten de una falacia peligrosa: el poder va a durar mucho tiempo, tal vez para siempre. Sin embargo, la droga del poder tiene fecha de caducidad. El carácter temporal del poder fue apuntado hace dos mil años por el genio romano que sostuvo desde el inicio de sus instituciones republicanas que el poder tenía que ser controlado por la autoridad debido a su vocación esencialmente expansiva. En efecto, el poderoso tiende a creer que lo será siempre y que su poder tiene que crecer de manera exponencial.
Ante una realidad contingente como el poder lo normal sería que se desarrollase cierta conciencia sobre la debilidad de la naturaleza humana, es decir, frente a la contundencia de las pruebas históricas habría que reconocer el carácter efímero del poder así como los errores de los poderosos. Sin embargo, sucede todo lo contrario. Se gobierna como si no hubiese mañana, ni día después de mañana. Así, se ejerce el poder con la frivolidad con que se despacha un asunto sin importancia y, en circunstancias como las del Perú, los poderosos tocan la lira mientras Roma arde. No saben que tocan la lira y no saben que Roma arde, lo que agrava su posición.
A todo esto se suma el deporte nacional: el ayayerismo. Proliferan entre nosotros los ayayeros profesionales, los que viven del poderoso. Satélites ineficientes, cortesanos de todas las especies, incapaces de producir nada por sí mismos, sobreviven alimentando la vanidad de los poderosos, ese fuego engañoso y fatuo destinado a perecer.