El CADE Ejecutivo 2024 terminó ayer en Arequipa y entre lo más resaltante que dejó esta cita fue la ausencia de Dina Boluarte. Vapuleada por una encuesta en la que el 93% de líderes empresariales la desaprueba y solo el 6% la respalda, cuando el año pasado la cifra era de 37%, la presidenta parece haber elegido el berrinche.
Es evidente que si antes existía la quimera de que Boluarte solucionaría la crisis que atraviesa el país, hoy no hay ninguna esperanza. La incertidumbre y el pesimismo del empresariado es mayor que antes porque no hay respuestas del Gobierno ante los grandes problemas del Perú. Es un Ejecutivo en el que el escándalo y la payasada han reemplazado a las ideas y a los planes para sacar adelante al país.
Pero la crisis institucional no se detiene allí. El Congreso, según el mismo sondeo, acumula el desprecio casi unánime de los empresarios: un 96% lo rechaza, y apenas un 2% lo respalda. Este nivel de desconfianza no es gratuito. La percepción de un Parlamento capturado por el crimen organizado, como señaló Julio Pérez Alva, presidente de ADEX, refleja una realidad alarmante: las instituciones que deberían ser pilares de la democracia se perciben como cómplices de la corrupción y el desgobierno.
La corrupción, que el 83% de los empresarios identifica como el principal problema del país, se ha convertido en un cáncer que destruye cualquier posibilidad de desarrollo. A esto se suma el crecimiento descontrolado de la delincuencia, que afecta al 82% de los encuestados y que, según Felipe James, presidente de la SNI, no solo desalienta las inversiones, sino que encarece las operaciones empresariales.
La combinación de corrupción, inseguridad y una clase política desacreditada ha llevado al Perú a un punto crítico. Sin confianza en las instituciones ni en el liderazgo político, es casi imposible atraer inversión, generar desarrollo económico o construir bienestar social.
El Perú necesita con urgencia un enfoque político renovado, capaz de comprender las tensiones actuales y diseñar soluciones futuras. Sin embargo, ya no se espera que este Gobierno o este Congreso sean parte de esa solución. El desafío ahora es mayor: reconstruir las bases de un país que, más que nunca, parece haber perdido el rumbo.