Las noticias sobre las protestas en todo EE.UU. por el asesinato de un hombre negro a manos de un policía blanco, la semana anterior, siguen dominando el escenario nacional.

La ira social ha llevado a los manifestantes no solo a realizar desmanes en Minneapolis y otras ciudades, provocando incontenibles incendios, sino, también, en la capital, llegando hasta los alrededores de la propia Casa Blanca, y por ello se decidió, por criterio de seguridad, que Donald Trump y su familia fueran trasladados hasta el búnker que se halla en el parte baja de la residencia oficial del cuadragésimo quinto presidente de los EE.UU.

En ese contexto, ha reaparecido el denominado “Anonymous” para denunciar los abusos policiales contra los derechos humanos, asociados a la corrupción y otros delitos, advirtiendo de que, si acaso no se deciden radicales medidas de justicia, revelaría casos criminales que han permanecido ocultos por colusión e intereses, dejando como muestra una del pasado sobre imputaciones de pederastia contra el presidente neoyorquino.

Todo lo anterior juega en contra de Trump, cuyo discurso y actitudes desde sus tiempos de candidato a la presidencia, no han sido para muchos, precisamente las de un activista contra el racismo ni la de un personaje impoluto.

Aunque el mandatario está ajeno al reciente execrable suceso en Minnesota, qué fácil está resultando para sus detractores esta compleja coyuntura para seguir menoscabándolo. Todo vale en la lectura de los demócratas para hundirlo políticamente mirando las elecciones del mes de noviembre de este año.