A inicios de marzo de 2020, la pandemia mundial era un asunto lejano al Perú, propio de Europa o la remota China. Pero aquel sábado, 6 de marzo, nuestro modo de vid a comenzó a cambiar vertiginosamente, de una forma inimaginable: el virus SARS-CoV- 2 había llegado a Lima.
La hora elegida para un mensaje a la nación, 7:00 a.m., era inusual, también extraña. El rostro sombrío del presidente Martín Vizcarra no era alentador.
“Hoy debo informar que en horas de la madrugada se ha confirmado el primer caso de infección por el coronavirus (COVID-19) en nuestro país, en un paciente varón, de 25 años de edad, con antecedentes de haber estado en España, Francia y República Checa”, anunció.
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Asi comenzó la tragedia que a la fecha le ha costado la vida a 49 mil personas, en cifras oficiales. Tal vez más de cien mil según registros independientes. Sin olvidar el medio millón de “heridos”, es decir, los pacientes que superaron la enfermedad pero aún luchan contra las graves secuelas.
Luego del anuncio, en los sectores medios de la capital, la gente atestó los centros comerciales y agotó los stock de alimentos y productos desinfectantes. Compraban grandes cantidades de papel higiénico. Rumores europeos cuchicheaban cuadros digestivos. Esto resultó equívoco, a excepción de muy pocos casos.
EL PRIMER CASO. A un año de su involuntaria fama, Luis Felipe Zevallos Arroyo, el joven piloto comercial de la aerolínea Latam, no quiere saber nada con apariciones en los medios. Ha decidido mantenerse fuera de los reflectores. Rehusó cortésmente hacer comentarios para esta página. “Prefiero no dar ninguna entrevista, por favor. Prefiero no responder (preguntas)”, se disculpó.
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Ahora con 26 años, Zevallos Arroyo retomó su labor como piloto de vuelos nacionales de Latam. Su familia, de nueve personas, seis de los cuales resultaron contagiadas, recuperó la salud sin contratiempos.
Su caso pone en relieve un hecho concreto: Él no fue detectado por la diligencia de nuestras instituciones de salud pública o privada.
Su condición de paciente cero del Covid-19 llegó a conocimiento del Instituto Nacional de Salud (INS-Minsa) gracias, exclusivamente, a su terca perseverancia para ser sometido a una prueba de descarte antes de reintegrarse a su trabajo en Latam. Médicos de una prestigiosa clínica, según su testimonio, le enviaron a su casa en tres ocasiones asegurándole que no era más que una gripe. Tal era entonces el desconocimiento científico del SARS-CoV-2 en el país.
EL TOUR. Luis Felipe y su novia hicieron un tour de dos semanas por la capital francesa, Praga (centro de la extinguida Checoeslovaquia). Retornaron haciendo escalas en Barcelona y Madrid. Arribaron al Jorge Chávez el 26 de febrero.
Luis Felipe vive con sus padres, abuelos y tíos en una cómoda casa en Surco, en total 9 personas, incluyendo a un niño que entonces tenía 7 años. Obviamente, ignoraba haber contraído el virus. Abrazos van, besos vienen, la familia resultó contagiada. Los primeros síntomas se expresaron en unos días.
El sábado 29 de febrero (año bisiesto) Luis Felipe sintió malestar general y dolor de cabeza. Contactó con una clínica y un médico lo examinó en casa. Debía reintegrarse al trabajo el 1 de marzo, tenía programado un vuelo nacional. Según el galeno no era necesaria una prueba de descarte Covid-19 y diganosticó faringitis y descanso por tres días. Fue examinado dos veces más en la clínica con la misma respuesta.
Finalmente, decidió reportarlo al INS. Le tomaron muestras de sangre. La madrugada del 6 de marzo los expertos del INS tenían la evidencia. Aún de madrugada, la ministra de Salud se vio en el deber de despertar al Presidente de la República. Nueve días después, el 15 de marzo, se anunció la cuarentena general.