Con una incansable pluma, la leyenda viva de la escritura independiente peruana, ha publicado una nueva novela con Quimera Ediciones.
“Montacerdos”, es un clásico ¿Qué significado tiene para usted esta obra a más de cuatro décadas de su aparición?
Montacerdos es el resultado de un profundo y doloroso desarraigo, al haberme retirado del barrio donde pasé mi adolescencia y parte de mi juventud. Mi lugar de juego, enamoramientos, fiestas, fútbol, campeonatos de maratón, cien metros planos que gané. Y dejaba a las enamoradas de mis sueños. Mujeres dulcísimas. Y amigos entrañables. Abandonar eso me dolía. Y me dije: tengo que testimoniar esta herida, este aullido de lloros, en un poema, novela, cuentos. No sabía. De modo que resultó algo catártico. Digno de un autopsicoanálisis. No había influencias. Montacerdos, novela, no resultó hija de otros libros. O lo hacía con mis propios nervios, células, sangres y pellejos, o moría. Ahí solté todo mi lado prehistórico. Mi ser de las cavernas. Mi lado más salvaje. Mi lado alucinado. Y resultó la semilla que daría un árbol de muchas ramas que son ahora mis cuentos, poemas, teatro y novelas... y muchas reflexiones sobre el acto creativo. ¿Y, ahora, una obra clásica? No sé, ojalá.
¿Qué desafíos encuentra en el cuento?
Ser auténtico y original. Decir lo que otros no han dicho.
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¿Por qué cree que personajes al borde de la realidad y de la sociedad apasionan?
Porque vivimos una historia de guerras, subversiones por parte de una nación popular oprimida. Con falsas democracias, abusos y masacres desde el Estado. Un Estado irracional, brutal, antiperuano, anticultura nacional, ante un pueblo parapléjico. Y por ello creo que vivimos una realidad cruda, alucinante y patética.
Al grito de ¡Sankofa!, ha publicado la novela “Enkríkamo”. ¿Cuál es su proceso creativo?
Enkríkamo, como novela, está escrita desde la visión del afro que sufre el desgarro y desarraigo forzado de su Guinea natal (como ellos decían de su África), con sus rebeldías ante una esclavitud también forzada, inhumana, salvaje... Y en esta visión expresa su inconformidad, terror y angustia; un pánico, luego de esclavo, como un “cimarrón” en fuga, ante los “mastines cazadores de indios y negros” (unos seres monstruosos) visto por el ibérico como un caballo salvaje de praderas...
Y con él en fuga, la creación del palenque, su señorío de libertad, con sus mitos afros, sus deidades, sus cuentos orales narrados por Enkríkamo, el tambor parlante y sagrado (también visto como divinidad), su visión cósmica y mágica del universo, entre los pantanos y matorrales espinosos de Huachipa... Una vida de optimismo, ilusiones de libertad, de organizar un ejército contra la bandera y tambor del rey ibérico, contra el tambor y la bandera (que era un pantaloncillo rotoso, la del africano) de Francisco Congo, en este caso... Y esta historia acaba ya de ser impresa.
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Si pudiera dar un consejo a los jóvenes escritores, ¿cuáles serían?
Que no lean solo narrativa, si son narradores. Ni solo poesía si son poetas. Que lean de todo. Ciencias, política, mitología de todos los países, y en especial, de las culturas nuestras. Somos un país privilegiado en culturas. Nuestros mitos proliferan y hay que recogerlos, analizar y estudiarlos. Llevarlos a nuestras obras. Y, por cierto, leer muchos cuentos para niños. Y no dárnosla de sabelotodo.
Y practicar la escritura, las tramas, las técnicas literarias. Y saber admirar y reconocer a nuestros maestros escritores, Garcilaso de la Vega, Guamán Poma, Clorinda Matto de Turner (brillante, genial, adelantada a su época; merecería ser dignificada en sus luchas), Narciso Aréstegui, González Prada, Valdelomar, Vallejo, José María Eguren, y ya sabemos quiénes siguen... Como releer y reverenciar a Chéjov, Guy de Maupassant, Hemingway, Cortázar, Borges, y quienes ya sabemos... Aunque resulta imposible leer a tantos genios. Porque los hay, y ni sabemos... Yo acabo de descubrir a Agota Kristof, una genial escritora que escribe con bisturí, cortándonos las venas, ensangrentándonos con todo lo que cuenta.