Conocí al maestro Elmer Robles Ortiz en las aulas universitarias. Y, desde esa época, atesoro hacia él mi respeto profesional, mi gratitud y mi afecto sincero. Como parte de su infatigable compromiso con la educación, ha publicado hasta la fecha cerca de veinte libros académicos, aparte de sus artículos, ponencias, conferencias, etc.
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Quienes lo conocemos constatamos con mucha satisfacción y justificado orgullo su provechosa inquietud académica. Siempre está indagando, leyendo, escribiendo y compartiendo. Son realmente loables sus preocupaciones por el conocimiento reflexivo, sus compromisos con una educación crítica y, particularmente, su afán de cultivar el pensamiento de las nuevas generaciones.
Pensamiento y acción
Muestra de ello es el enjundioso libro “Pensamiento integracionista y educativo en América Latina. Aporte de los grandes maestros”, publicado hace algunos años. Traigo a colación esta referencia, ahora que acabamos de fungir de particulares anfitriones del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) y de haber apreciado con expectativa (y recelo) la inauguración del Terminal Portuario Multipropósito de Chancay.
En este devenir reflexivo, los versos del gran César Vallejo resuenan como huracanes en nuestra consciencia: “¡América Latina! ¡Mitad del Universo! / ¡Te crispas en el globo como un gesto de Dios, / y siento que te agitas con el divino apresto / de un músculo infinito que va a empañar el sol!” (Canto a América).
Y, junto a estos versos, las palabras del maestro Robles Ortiz nos sacuden ante el marasmo televisivo y el encantamiento de las redes sociales. Él sostiene que “en un mundo en el que se aglutinan las naciones en amplias unidades económicas y políticas, la integración es para América Latina instrumento vital de su desarrollo”.
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Educación e investigación
Pero para que esta expresión no quede en el plano retórico, acto seguido remarca la importancia de la educación, pues “ella trasciende espacios y salta fronteras, en un mundo cada vez más interdependiente. La educación es, pues, una vía primordial para alcanzar el gran futurible de la integración Latinoamérica”.
Para conocer un poco más sobre sus inquietudes, compromisos y reflexiones, le hice algunas preguntas. He aquí sus palabras:
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Usted tiene una loable trayectoria como docente e investigador. ¿Cuál es su principal motivación?
Considero indesligable la tarea docente y la investigación. El docente que no investiga está incurso en un esquema repetitivo y no avanza más allá del nivel memorístico. Está supeditado a los aportes ajenos. Queda lejos del plano del análisis, de la síntesis y del juicio propio; carece de creatividad. El educador y el investigador deben cumplir el importantísimo rol de formar la conciencia de nuestra identidad. Los aportes —de docentes e investigadores— alcanzan a infinidad de personas. En mi caso, como docente o investigador, cumplo con el compromiso de educar al pueblo.
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Gracias a esa motivación, ha rescatado el pensamiento de grandes intelectuales para tender puentes con la formación de las actuales generaciones…
Y continúo en esa línea. He publicado libros y artículos, así como he sustentado conferencias y ponencias en eventos académicos nacionales, internacionales y mundiales, y, desde luego, en clases de pregrado, maestría y doctorado en los que abordo —entre otros temas— el aporte de preclaros intelectuales peruanos y latinoamericanos, en el campo humanístico y científico. Existen personajes olvidados, a pesar de la trascendencia de su pensamiento. Efectivamente es un “puente” el hecho de ponerlos sobre el tapete para la formación de los jóvenes que, de otra manera, tal vez, nunca los conocerían.
El año 2017 publicó “Pensamiento integracionista y educativo en América Latina”. ¿Qué es lo que debemos aprender de “los grandes maestros”?
Esta obra busca relacionar las variables “integración latinoamericana” y “educación” en el pensamiento de trece grandes maestros de nuestras tierras. Todos ellos coinciden en la necesidad de unir o integrar esta parte del mundo que Antenor Orrego denominó “pueblo continente” (desde México hasta el cabo de Hornos), para cuyo efecto, la vía educativa es fundamental. Si anhelamos integrarnos, tenemos que conocernos. No se puede unir lo que se desconoce. Y formar la conciencia de este imperativo histórico es obra indiscutible de la educación. La integración latinoamericana es la principal vía para alcanzar el desarrollo. Así lo indican las tendencias mundiales de interdependencia y la conformación de grandes unidades político-económicas. Lamentablemente, en los últimos años, los países latinoamericanos —a través de sus gobiernos— se han enfrascado en discusiones bizantinas, en cruces de palabras, en dimes y diretes, en hechos y actitudes estériles que afecta el acercamiento, la unificación.
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En la próxima edición, continuaré con esta entrevista. Por ahora, deseo remarcar la importancia de revisar el pensamiento de grandes intelectuales peruanos y latinoamericanos, para valorar los compromisos y las oportunidades que trae consigo la integración en torno a fines superiores: el desarrollo de nuestras sociedades.
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