Gerson Ramírez es un escritor muy conocido en el ámbito de la narrativa y, particularmente, en el del cuento. Como muy bien lo resalta el comunicador Hugo Vergara Lau, “Gerson es ya un claro referente de la literatura liberteña”.
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Su fineza para construir historias y su habilidad para urdir con el lenguaje constituyen sus mejores rasgos distintivos. En la siguiente entrevista, nos habla de su recorrido por los sinuosos caminos de la literatura y nos comenta un poco sobre su más reciente libro, “El nombre de los días”.
Gerson, si bien la mayoría de tus lectores te conoce como narrador, sé que también has escrito poesía…
Recuerdo haber completado a lo largo de estos años algunos cuadernos con versos a los que he llamado, tal vez irónicamente, “cuasi poemas”, de los que me voy librando por tantas razones: una de ellas es por ser un tremendo disconforme, no solo con las palabras, sino con mi manera de concebir el mundo. Somos seres hechos de muchas contradicciones y, a pesar de haber publicado una sola plaqueta de poesía, siempre estoy tentado de preparar algo más con lo que aún sobrevive en esos cuadernos de los que hablo.
“Los intrusos”, tu primer libro de cuentos, encara al lector con la experiencia del extravío y el fracaso …
Realmente, sí. Pero yo diría más bien que se trata de seres en permanente búsqueda de su autorrealización, en un mundo cada vez más enajenado. Allí, como habrás apreciado, los personajes pertenecen a diferentes espacios sociales, pero en todos ellos hay una suerte de lucha interior permanente.
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De este primer libro me llaman la atención los personajes femeninos. ¿Cómo son las mujeres de tu ficción?
Bueno, creo que a ellas les ha corrido mejor suerte, pues a pesar de las dificultades, no sucumben con facilidad a esa “tentación del fracaso” de la que habla Ribeyro; más bien, son ellas quienes saben sobrellevar mejor las circunstancias que a veces las agreden.
En “Cenaremos en Madrid y otros cuentos”, tu segundo libro, mantienes el mismo estilo. Y no pocos han notado ese sello ribeyriano en tus cuentos…
La obra de Ribeyro ha representado parte importante en mi formación como lector, porque esas múltiples contradicciones que él presenta a través de sus personajes, ese intento por adherirse a una sociedad que los rechaza, me parece que es una constante del hombre en general, en su devenir.
Si bien tus cuentos se caracterizan por la brevedad de las historias, también diste un paso hacia la novela, ¿verdad?
El oráculo de Diofanto (así se titula mi novela) me permitió organizar un cuerpo narrativo más complejo, y esto es una manera de poner a prueba hasta dónde puedes llegar en el ejercicio de la narrativa. En esta novela, presento a un personaje cuya vida él mismo se encarga de juzgarla mediocre y, convencido de que la razón de todos sus dramas es el nombre que tiene, decide cambiárselo.
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Pero también tienes dos libros de cuentos para niños: “Cuentos de la campiña” y “Filomeno, el oso guardián”.
Así es. Me entretengo muchísimo cuando escribo historias para niños, y para hacerlo hay que estar con los ojos bien abiertos y el corazón prendido en los sonidos. Estoy convencido de que escribir historias dirigidas a un público infantil supone no solo un pensar en un tema que entretenga y conmueva, sino que muestre riqueza de lenguaje y capacidad de fabulación para no caer en un didactismo engañoso.
Hay quienes cuestionan el localismo en la narrativa; sin embargo, en tus relatos, uno nota que las vivencias son universales y las vicisitudes también…
Lo único cierto en este mundo de ficción es que el escritor debe saber expresar la condición humana, y eso desde ya hace universal a la literatura.
En tu libro más reciente, titulado “El nombre de los días”, uno puede notar que tu sello narrativo sigue incólume, salvo que ahora empiezas a trabajar más el microrrelato…
Este nuevo libro, con sus breves historias, pretende expresar esa condición humana a la que aludíamos, pero con menos palabras. Y pienso que como escritor he aprendido a observar en algunas situaciones, vivencias más hondas. Aquellas circunstancias que pueden en primera instancia solo hacernos sonreír, encierran muchas veces para mí un cúmulo de sentimientos y afectos que, gracias al ejercicio mismo de la literatura, me ayuda a enfrentarme con otras instancias de nuestra naturaleza.
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Este libro me conecta inevitablemente con Eduardo Galeano, no solo por la similitud del título, sino también por la brevedad, la fina ironía, el humor…
Te refieres a Los hijos de los días, obviamente. El universo narrativo de Galeano en su libro se apoya en la historia de la humanidad. Yo voy por un camino más sencillo (mis propias circunstancias); pero siempre disconforme con lo que me toca para continuar con este intento de expresar el mundo a través de la literatura.
En “El nombre de los días” es como si tus personajes le sacaran la lengua al fracaso o se rieran de su propia mala suerte…
Es que la ironía es una forma de sobrevivencia. En estas pequeñas historias existe un afán por encontrar algo más valioso en nuestra condición de seres; la búsqueda del verdadero sentido de nuestros actos es interminable.