En este libro de crónicas, todas las historias nos encaran ante una sociedad que se desmorona permanentemente. Todas tienen un personaje común: la azarosa vida en el Perú.
En este libro de crónicas, todas las historias nos encaran ante una sociedad que se desmorona permanentemente. Todas tienen un personaje común: la azarosa vida en el Perú.

Dice Leila Guerriero, en la nota preliminar de su libro “Zona de obras” (2022), que la tarea de un periodista es “ser, además, de alguien cuyo oficio consiste en ir, ver, volver y contar, alguien que se pregunta por qué hace lo que hace, cómo hace lo que hace y para qué hace lo que hace”.

VER MÁS: El ensayo y la crítica en la literatura infantil y juvenil americana

Pero, no solo eso. Existe un reto adicional: esforzarse constantemente para lograr “poner el atardecer en un plato”. Ello en referencia a la anécdota del cocinero Michel Bras, de quien se cuenta que llevaba a los integrantes de su equipo a la terraza de su restaurante, para que aprecien el ocaso. Y, luego de ello, señalando ese momento culminante y especial, les decía: “Ahora vuelvan a la cocina y pongan eso en los platos”.

Infiernos y crónicas

Al parecer, el joven periodista trujillano Oscar Paz Campuzano ha seguido al pie de la letra estos consejos y ha logrado llevar al plato (a la escritura) la esencia vital de cinco atardeceres (acontecimientos cruciales en el Perú de hoy, y de siempre). Tiene, pues, el lector “en su mesa” cinco conmocionantes historias reunidas en un impecable libro titulado “Un maldito infierno y otras crónicas” (Editorial Infolectura, 2024).

Y uso el adjetivo “conmocionante” porque, para Oscar Paz, “la crónica tiene alma”. Así lo afirma categóricamente en el prólogo con el que nos abre las puertas a sus crónicas: este género “es —o debería ser— un fenómeno de la emoción, un material emocionante, un artefacto textual para los sentidos”.

Y fiel a esta convicción, sus cinco crónicas están llenas de crudeza, realismo y sensibilidad. Pero también de una sutil invitación a movernos de nuestras cómodas sillas para vivir con los otros sus tragedias y luchas (y, de paso, cuestionar-nos). En sus crónicas no solo se narran acontecimientos; en ellas hay alma, definitivamente.

PUEDE LEER: Alberto Casado, el amor y su educativa fantasía

Un fenómeno de la emoción

En “Un maldito infierno y otras crónicas”, la vida se asfixia, pero emerge en cada página. La objetividad se entremezcla con los testimonios, las declaraciones, los diálogos y las propias “notas del autor”. Es como si se nos dijera: no solo se trata de ir, ver, volver y contar; también hay la necesidad de escuchar y de hacer oír a todas las voces.

En esa conjugación de sentidos y sentires, el autor no puede excluirse de la responsabilidad de expresarse y de mostrarnos en ese “platillo” lo inasible. En cada crónica de Oscar, resuenan los “consejos” de Leila: “Pasen por las historias sin hacerles daño (sin hacerse daño). (…). Quédense hasta el final en los velorios. Tomen una foto del muerto. Tengan memoria, conserven los objetos. Resístanse al deseo de olvidar”.

Y así como resuenan estos consejos, también persiste la indoblegable interpelación de don Manuel González Prada, ante esta realidad que “sucede y volverá a suceder”, como si estuviésemos condenados a vivir siempre la misma historia.

LEER AQUÍ: Jorge Flores: El vuelo del Kende y otros cuentos

Prólogo y crónicas

Con el propósito de discernir la esencia de este género, Oscar escudriña el pensamiento de connotados cultores de la crónica y nos muestra sus principales hallazgos.

Luego, se reafirma en que “la crónica es un fenómeno de la emoción”. Después de esta necesaria disquisición, nos comparte las cinco crónicas que ha seleccionado: “Un maldito infierno”, “La mujer que peleó por un héroe”, “La leyenda de Kankán”, “Los cuatro muertos de Río Seco” y “Último paradero”.

Si bien estas crónicas fueron publicadas en distintos medios, años y contextos, Oscar ha realizado un diligente trabajo de revisión y de edición, convirtiéndolas así en valiosas muestras del buen periodismo narrativo. “Un maldito infierno y otras crónicas” reúne una estupenda selección de crónicas que todos deberíamos leer.

Todas tienen como leitmotiv algún hecho noticioso que traspuso las fronteras.Todas nos encaran ante una sociedad que se desmorona permanentemente. Todas tienen un personaje común: la vida azarosa en el Perú. Las desigualdades socioeconómicas, la violación de las normas, la perversa burocracia, las necesidades históricamente desatendidas y la inseguridad agobiante traspasan nuestra vida cotidiana. Solo la muerte y la justicia no humana parecieran sonreírnos como una invitación a la esperanza.

VER MÁS: Cromwell Castillo, poeta, artista plástico y diseñador gráfico: “La literatura me salvó la vida”

Crudeza y empatía

Abre el telón “Un maldito infierno”. El impactante título trae a nuestra memoria aquel trágico incidente del 23 de enero de 2020: la deflagración de un camión en una de las calles de Villa El Salvador. Aquel brutal acontecimiento que nos conmocionó, más allá del hecho noticioso, pareciera no haber tenido mayor impacto en nuestra vida cotidiana.

Y así como nos apretuja el corazón leer las palabras de la abuela de Jeanfrancis (niño que murió en ese “maldito infierno”), también nos indigna la inoperancia de la burocracia estatal en “La mujer que peleó por un héroe”. No obstante, la lucha de Julia Panta (esposa del “ultimo héroe de guerra que ha tenido el Perú”) se convierte en un símbolo de la tenacidad y del amor, ante la ineficacia del Estado.

“La leyenda de Kankán”, a la par de mostrarnos las excentricidades de algunos habitantes de nuestra serranía, desnuda ante nosotros la eterna postergación de los pueblos del ande. “Los cuatro muertos de Río Seco”, por su parte, trae a nuestros recuerdos la famosa actuación del “Escuadrón de la muerte”, en Trujillo. Y “Último paradero” nos arrebata con las desgracias que acarrean los accidentes de tránsito y la torpeza de la justicia peruana.

Como muy bien lo expresa la reconocida periodista Rafaella León, “en el país enfermo que somos, es destacable que Oscar haga lo único que a veces se puede hacer desde el periodismo: narrar nuestras tragedias con esmero y con empatía”. ¡A leer de ha dicho!

LE PUEDE INTERESAR