Ángel Gavidia es, indiscutiblemente, uno de nuestros escritores más representativos de La Libertad y del país. Si bien emergió a fines de los ochenta, con su poemario “La soledad y otros paisajes” es con “El molino de penca”, su primer libro de cuentos, con el que se instala profundamente en el espíritu de sus lectores.
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En su trabajo literario, poesía y narrativa se amalgaman de modo armónico. Sus cuentos nos revelan imágenes envolventes y nos producen sensaciones y sentires, propios de los viajes intensos y trascendentes. Quien lea a Ángel Gavidia viajará imaginariamente por diversos espacios y lugares, pero también por la interioridad de los seres humanos.
En una conjugación magistral de símiles, metáforas, metonimias, hipérboles e ironías, sus relatos nos invaden: “Los pastores junto a los animales salpicaban el verdor con manchas de polícromos tonos. Pero a las cinco de la tarde todos se marchaban: la pampa vaciaba su alegría de golpe como una gran laguna que se desbordaba por todos los caminos” (cuento “La pampa”).
Riqueza estilística
En palabras del extinto poeta y maestro Juan Paredes Carbonell, en los cuentos de Angel Gavidia “se traduce el imaginario popular (…) y el enfrentamiento dialéctico asumido ante situaciones absurdas y existencialistas de las experiencias humanas” (…).
Esta cualidad, pero con un sentido más simbólico y trascendente, se muestra en sus dos recientes publicaciones: VEINTIDÓS INQUILINOS PRECARIOS y ÚLTIMOS CUENTOS. En estos libros, cada relato está dotado de una singular expresividad y de un simbolismo extraordinario; la trama y, particularmente, los desenlaces dejan al lector con un halo indescriptible y con la tarea de seguir pensando en lo que representan.
Ángel Gavidia se nos muestra, pues, con una mayor madurez literaria y con un regalo adicional: la brevedad. A través de estos nuevos relatos, parece decirnos que la literatura es aquel lenguaje en el que la infinitud cabe en pocas palabras. Allí justamente radica su potencia narrativa.
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Inquilinos precarios
“Veintidós inquilinos precarios” es un libro de microrrelatos (salvo los relatos Dieciocho y Veintidós) en el que se desenmascaran las preocupaciones existenciales del ser humano. El lector, luego de la conmoción, no puede evitar pensar en sí mismo. He aquí la precariedad a la que alude el título del libro: el carácter pasajero de la vida y la frágil y engañosa estabilidad que creemos poseer.
“La loca regaba con su llanto la hierba seca, en la parte más árida de Pampa Negra. Nadie imaginó que entre la hierba apareciera un roble que, ahora ya crecido, le dice, tiernamente, mamá” (Tres).
A través de estos microrrelatos, el autor parece decirnos que, en este rápido paso por la vida, no somos propietarios de nada y tampoco poseemos aquella estabilidad o seguridad de la que nos enorgullecemos.
Con fina ironía, el autor revela las grandes contradicciones por las que transcurre la vida cotidiana de la especie humana. Nos descubre nuestras miserias, aquellas que disfrazan de nobles nuestras actuaciones. Seres de los que uno menos espera una ayuda se convierten en símbolos de sensibilidad, ayuda humanitaria, etc.
Adicionalmente, cada texto es antecedido por una imagen monocromática que, a pesar de pretender ser monotemática, termina generando una diversidad de sensaciones y sentidos. Ángel Gavidia conjuga los elementos fantásticos con una especie de voz de la consciencia que intriga, conmociona y/o desconcierta.
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Últimos cuentos
En sus “Últimos cuentos”, el autor mantiene el estilo breve, pero retoma el sello del cuento popular. Como bien se señala en la reseña del libro, “en los espacios de estas narraciones, los animales y las plantas, pájaros y pantanos, viven y dialogan con los humanos: los parajes, los insectos, los árboles, los sauces son dimensiones humanizadas que florecen en las historias”.
Aquí “florecen” dieciséis historias enriquecidas por la soledad de personajes comunes y corrientes (incluso marginales) y dulcificadas con la ternura y los finales sorprendentes. Son una especie de retorno a lo humano, una especie de bálsamo ante tanta miseria. La acritud y el trato hostil que acompaña a la vejez son compensados por el cariño y la comprensión. Valorar la vida y los pequeños resquicios de humanismo es lo que nos queda.
Para el docente y crítico David Navarrete Corvera, “estos relatos cobijan frases memorables que, por sí mismas, podrían contar una historia, pero que en las circunstancias se adhieren magistralmente a un universo mucho más poético y humano; por otra parte, logran articular las bondades del humor con el lenguaje universal, en una atmósfera tragicómica (reflexión y nostalgia invaden a cada uno de los personajes).
Yo, por mi parte, diré que estas historias son nuestras propias circunstancias. Y, parafraseando a Navarrete, proclamaré que los desenlaces de estos “Últimos cuentos” funcionan como puntadas que cosen parcialmente las heridas de una historia, pero que en el resquicio de las posibilidades dan lugar a otras (las nuestras).
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