Allá por el año 2019, se presentó este libro, entre tragos de Pilsen Trujillo y emotivas palabras. Los encargados de empinar el codo y de concretar tremenda hazaña fueron el escritor Jorge Flores Chávez, el “autor del hallazgo” Robert Jara y el arriesgado editor Jorge Tume. Como no podía ser de otra manera, el bar “El Tumi” (muy conocido entre los amantes de las letras) fue el escenario escogido para tal efecto.
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Ya han pasado cinco años y el MANUAL DEL BUEN BORRACHO sigue esperando con estoicismo que alguien abra sus páginas. Así como sufrió para llegar a ser publicado, durante todo este tiempo también ha debido soportar la distancia de los lectores.
Origen del libro
Según los entendidos en estos menesteres, dos pueden ser las razones con mayor asidero. Los malintencionados consideran que se debe a la encaletada inclinación política de Robert Jara (autor del “hallazgo”). Los más cercanos a Robert arguyen que los lectores están castigando con este tipo de crueldad la falta de sinceridad de Jara.
Según Robert Jara, él “conoció a Braulio de la Barra en un antro de bebedores, en Puerto Rico, un lugar en el que solía estar el muchachón, botella en mano, nunca en sobriedad, siempre con una Heineken, su favorita. Se hizo su amigo y a partir de allí lo acompañó en algunas de sus aventuras etílicas”.
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Dice Robert Jara (formado en los rudimentos de la ciencia y en el quehacer artístico y literario) que De la Barra no era un borracho cualquiera, sino un apóstol del trago, un escriba macerado en alcohol que destilaba una filosofía muy propia y reveladora. Lamentablemente, como se expone en una publicación del diario Correo, de noviembre de 2019, “Braulio de la Barra fue encontrado muerto en su casa, con botella en mano, y el artista guadalupano terminó, junto a la policía, envuelto en un papel de agente de morgue, buscando en el más allá con el cuerpo sin vida de su amigo ante sus ojos”.
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Manual del buen borracho
En realidad, “Manual del buen borracho” muestra el sentir y el pensar de un hombre bebedor. Pero, ojo, no de cualquier bebedor. El adjetivo usado en el título del libro no es gratuito ni casual. Braulio de la Barra (nótese la fuerza de una de sus consonantes y la connotación del apellido) es un talentoso, reflexivo y creativo personaje.
El libro inicia con el relato de Robert Jara (la curiosa historia del “hallazgo”) y con las razones por las que el “descubridor” decidió organizar el libro del modo en que ha sido publicado. Pero, luego de ello, aparece ante nuestros ojos la desenfadada y verdadera filosofía de vida de un “buen borracho”. Esta “filosofía” discurre a través de las Etiquetas (o etiquetazos), los Cuadernos (cuentos breves escritos en un “estado vergonzoso”), Biblietílica (cuentos breves y aforismos escritos en etiquetas y hallados en las páginas de “La Santa Biblia”) y Resaca (cuentos breves y aforismos escritos en un estado indescriptible, luego de una borrachera).
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Humor y filosofía
Lo particular y lo valioso, diría yo, es el humor y la desenfadada filosofía de vida que emana del libro, a través de sus textos. Y es que no hay forma más aguda e ingeniosa que el humor para expresar aquellas verdades que solo asumimos en nuestro fuero interno. “La broma es el recurso más certero para abordar temas serios” nos dice Braulio de la Barra.
En este sentido, no hay mejor recurso que el humor y la filosofía de la cotidianeidad para reírnos de nuestras desgracias y de los caprichos de la vida. No hay mejor expresión de la inteligencia humana que ir por la vida riéndonos libre y honestamente de lo malo, de lo cuestionable o de nuestros imperdonables pecados.
Para muestra, algunas de las “Frases para ignorar” recogidas en la parte final del libro. He aquí unas cuantas tan mundanas como innegables: “Entro en una mujer, solo cuando ella me abre sus puertas”; “¿Por qué masturbarme, si siempre hay alguna mujer que urge hacer lo mismo?”; “La timidez obliga a estacionarse en el deseo”.
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Frases para no leer
Aquí otras más bien extremadamente racionales: “La esperanza se nutre de la desgracia”; “¿De qué valdría darle medicina a un muerto?”; “No digo que el amor no exista, solo digo que quizá no es como lo pintan”. Y, por si fuera poco, aquí las que están llenas de sabiduría de la vida: “Hay soledades que uno invita, y otras que se cuelan”; “Soy un feo con un alto sentido de la estética”; “La felicidad es una puta del alto vuelo.”.
Quizá la reticencia o la indiferencia de los lectores se deba a la irreverencia que destilan algunos textos (aunque, en realidad, se trata de una manera humorística). O, más bien, a nuestra cucufatería socialmente extendida e históricamente cultivada en nuestro país. ¿O quizá sea un castigo o una forma de obligar a Robert Jara a asumir su verdadera paternidad?
Sea como fuere, considero que es momento de abrir las páginas de este libro para poner en jaque a nuestro cerebro, jugar con sus expresiones de pensamiento genuino o solazarnos con sus curiosas ironías. Recordemos que “ser un buen borracho” no es un reto sencillo. Llegar a ser un “borracho filosófico” requiere de mucha madurez y talento. Como dice el mismo Braulio de la Barra (o Robert Jara), en el breve texto titulado “Idealista”, la mayor aspiración es llegar a ser un “borracho digno”. ¡Seamos dignos, señores! ¡Salud!
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