Hace ya varios años, cuando la literatura se enseñaba en función al devenir histórico, era muy probable que un estudiante se pregunte sobre cuál era la corriente que estaba vigente. Esto último nos permite reflexionar sobre cómo antes se memorizaba información de los escritores y de sus obras; negando así la apreciación estética, la compresión crítica y la propia reconstrucción que los lectores podamos hacer de un libro. Hoy en día existen otros factores que explican el quehacer literario. Sin embargo, al parecer, los seres humanos siguen predispuestos a catalogar o colocar un cartelito a los asuntos de la vida y entre estos, el literario. El relato infantil EL PEQUEÑO PIRATA, de José Calle García, muy bien podría tener la etiqueta de literatura infantil, regional o de cualquier otro nombre que le otorgue un publicista. Este tipo de clasificación ayuda a ordenar un estante u orientar al joven lector por ciertos libros, pero empobrece nuestra búsqueda o genera falsas ideas si es que partimos de ideas preconcebidas sobre la simplicidad o la baja calidad de un texto infantil.
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La literatura infantil representa un gran reto para el escritor; pues, además de construir un texto que posea algunas de las características que se le suele asignar a la literatura, también debe responder cabalmente a la intimidad del niño y sus intereses. Los libros que forman parte de la literatura infantil son aquellos que logran cautivar el imaginario de la niñez, además de lograr el reconocimiento de los lectores como un producto artístico cultural. Las primeras páginas de EL PEQUEÑO PIRATA se asemejan a narraciones de su rubro donde el “había una vez…” es necesario para presentar el pasado de nuestro protagonista. Esta es una información valiosa, sobre todo para los pequeños lectores que caminan con Joaquín, el protagonista del texto. Conforme las letras e ilustraciones se desplazan por nuestra vista, la historia va cobrando cuerpo y el grado de sus significados crece.
La similitud con el personaje vallejiano
Por momentos, Joaquín nos hace recordar a Paco Yunque, el personaje entrañable de César Vallejo; ambos son niños de condiciones humildes que son percibidos como diferentes especialmente por sus pares, otros niños. Pareciera que estos cuentos critican lo injusto que resulta la burla y los insultos; una situación que el Perú de ayer y el de hoy vive, pero que en la niñez se expresa con mayor crudeza. A diferencia del personaje vallejiano, Joaquín no tiene la compañía de Fariña, sino de un extraordinario padre que es capaz de sumergirse en la mirada de su hijo para recomponer la realidad y crear una nueva. Sabemos que los piratas eran bandidos de la alta mar que saqueaban ciudades y asaltaban barcos en otros siglos; por eso, es impensable que sean modelos a seguir. Joaquín sí lo hará desde su propia inocencia para vivir la aventura de su vida: volver a sonreír. Este niño no tiene un maestro como Paco, pues don Manuel es un profesor diferente; hasta la doña Maruja, la bodeguera, rompe el esquema de la mirada que se le podría tener a un niño pirata.
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El mar como espacio de esperanza
Sin duda, el paisaje de la playa termina de configurar el cuadro de este nuevo Edén; el mar se convierte en un espacio de retos y esperanzas para todos los protagonistas. Ahora bien, con respecto a la historia, llega un momento en que Joaquín crece, deja de ser el niño inocente y deja de ser motivo de burla y lástima. Esto, sin embargo, no borra las voces de la discriminación que Joaquín llevará consigo pero que no impiden que crezca de manera feliz. Al final del relato los lectores vemos cómo nuestro protagonista es capaz -como lo hizo Manolín de El viejo y el mar- de compadecerse y entablar un diálogo sincero con un hombre como el viejo Santiago. El mar y la arena de la playa son escenarios de resistencia y fuerza que el sol y el viento acrecientan.
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Muchas veces los niños rechazan los textos infantiles por dos grandes defectos: la puerilidad de su lenguaje y su sentido moralizador. Desde mi perspectiva, considero que el texto de Alejandro Calle se libra muy bien de estos defectos, pues su ejercicio de escritura está lejos de ser superficial al recrea un escenario mágico lleno de imágenes y simbolismos. La inocencia de Joaquín puede conmover a un público de más edad para que sea empático con las diferencias. No sabemos si Joaquín realmente existió, tal vez haya más de uno corriendo por las playas del Perú; lo verdaderamente maravilloso es imaginar que la inocencia de un niño no se pierda por las burlas de sus compañeros. Joaquín seguirá siempre alegre en la medida que su familia, vecinos y nosotros mismos tengamos una muestra de ternura y compartamos su alegría.
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