“Una novela se recomienda mientras que un cuento se contagia”, comentaba Ángel Zapata en su reflexión sobre la génesis del cuento. Este tipo de narración breve, más que aspirar a la consumación de la belleza, lo que pretende lograr es una constante emoción. Esto último me parece significativo para entender los relatos que Diandra García nos ofrece en su libro Nombres para un desamor. Los cuentos que la escritora trujillana nos presenta en su primera publicación son retazos de emociones en las que cada una de las protagonistas explora su intimidad mientras el universo bullicioso y masculino sigue su rumbo sin ningún tipo de contemplación de lo que ellas piensan, desean y sienten. La narrativa de Diandra García logra que las historias sean pretextos para que el entramado psicológico de sus personajes logre ubicarse en un primer plano. Las historias son escenas cotidianas que funcionan como alegoría de un mundo interior que recorre ideas, sensaciones, frustraciones y anhelos; Thaís, Xiomara, Misa y Cleo se acompañan ellas mismas, mientras sus pasos recorren la atávica ciudad de Trujillo.
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Juegos de voces narrativas
Nombres para un desamor es un libro compuesto por cinco relatos. Estas historias están protagonizadas por jóvenes adolescentes que se enfrentan a un mundo que apenas ha comenzado a cobijarlas y ya las hace estar a la defensiva, no por las posibilidades de violencia que puedan presentarse, sino por el grado de incomprensión que ellas respiran. Ahora bien, su inconformidad con lo real no se exterioriza, solo logra ironizarse en la subjetividad de cada una. En el cuento Thaís, por ejemplo, la protagonista piensa para sí en sus deseos, emociones y aspiraciones mientras que su joven pretendiente sigue hablando de sí mismo, sin sospechar lo que pasa a su alrededor; “Y comenzaba la perorata, la presentación de uno mismo. Giancarlo, veintiséis años, abogado, clase media, aliado entre comillas, escritor, trujillano.... «Yo pude empezar a escribir más libros, en adición a los cuatro que ya tengo, pero me frenó la necesidad de hacer un buen trabajo con la tesis»”. Aquí se puede notar claramente cómo el mundo interior de la protagonista juzga y manifiesta su inconformidad con el ego masculino; sin embargo, en el exterior ella sigue ahí, esperando a que la tarde avance y por fin puedan abandonar el tradicional café trujillano. Lo más significativo del relato no está en el acontecimiento, sino más bien en la polifonía de voces que suceden en la mente de Thaís; “Ansiaba decirle: «¡Soy Thaís! ¡Mujer, estudiante, escritora, tengo un corte pixie y veintidós años y camino con prisa por las calles trujillanas! ¡Soy trujillana!»”. Luego, reparó en el amplio espejo del Asturias, en la zona trasera: largo, antiguo y con detalles blanquecinos. La narración no es en primera persona, no obstante, la voz narrativa orquesta tan bien a las otras que los lectores comprendemos lo que pasa ahí dentro, en el interior de Thaís.
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El mundo del desamor
En su reflexión sobre el amor, la teórica feminista Bell Hooks señalaba que es mucho más fácil hablar de pérdida que de amor; “es más fácil expresar el sufrimiento que provoca la ausencia del amor que describir su presencia y significado de nuestra vida”. Esta última premisa se cumple de manera constante en los cuentos de Nombres para un desamor. Diandra García anuncia que sus protagonistas son mujeres enamoradas, sin embargo, sus relaciones sentimentales y afectivas están marcadas por el desamor; ellas conocen por poco tiempo el amor y en sus vidas, más bien, se prolongan el recuerdo de lo perdido. La decepción también se hace una constante, pues las embarga un pesar y una sensación de insatisfacción frente a lo que supuestamente es amado, pero no es capaz de satisfacer; “De repente, pasaba al cuello. Xiomara suspiraba. Su afición por los vampiros la hacía celebrar cada vez que el amante decidía ir por ese camino. Sin embargo, Alejandro renunciaba al hogar de sus sensibilidades juveniles y exigía, demandante: «Quítate la blusa». Xiomara no quería. No se trataba de pudor o capricho. Hacía demasiado frío en su sala”. Al final de este relato, la protagonista pensará en muchas cosas que la hicieron o la podrían hacer feliz mientras que su amante yace dormido.
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El final del acontecimiento
Los cuentos de Nombres para un desamor no tienen un final definido y consumado; la escena termina de repente, dando la impresión de que ya se ha dicho todo y que las historias de las protagonistas volverán a ser las mismas. Al parecer, Diandra García pone en práctica la genial afirmación del novelista estadounidense Erskine Caldwell: “terminar un cuento es saber callar a tiempo”. Creo que esto último también representa la narrativa de Diandra,; cuando ya no hay nada que decir en un cuento, es necesario poner el punto final y comenzar otro.