Abel Calderón Fernández tenía la actitud de la mayoría de los hombres, le dedicaba más tiempo al trabajo, mientras su esposa cuidaba de su hija Ana Paula. Sin embargo, en agosto de 2016 recibió una de las noticias más dolorosas que lo llevó a una profunda depresión.
Su compañera de vida, la madre de su hija, Viudelda Zans, había fallecido a causa de un problema en el páncreas, cuando solo tenía 46 años. Sumergido en el dolor y la depresión, se vio solo en casa a cargo de una hija que aún estaba en la adolescencia, quien además era muy pegada a su madre y a cargo de su sobrina Carla, quien vivió en casa desde siempre, como hermana de Ana Paula.
El dolor de la muerte de su amada caló profundo en Abel, quien tuvo que buscar ayuda profesional para superar la pérdida y reponerse para cumplir la función de padre y madre para la adolescente que empezaba sus estudios superiores.
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Su vida cotidiana y sus perspectivas cambiaron. Empezó a madrugar para preparar el desayuno con el fin de llegar temprano al trabajo y tanto su hija, como su sobrina asistan a clases bien alimentadas. Sin embargo, esta rutina no fue compleja, sino buscar una mayor cercanía y confianza con su hija, puesto que esa relación solo tenía con su madre.
“Fue un tiempo de dolor, de superación, de mayor madurez. Aprendí el rol de mamá, a ser más calmado, ahí entendí que las madres tienen dones para ser más pacientes, amorosas, afectuosas. La vida me dio la oportunidad de también desarrollarlo”, dice, ahora que su hija terminó sus estudios.
Comprendió que su rol de padre, hasta antes de la muerte de su esposa había sido solo formalismo, porque solo destinaba los fines de semana para su familia. Del 2016 en adelante, no solo tenía que velar por la alimentación, educación y afecto hacia su hija, sino a disfrutar y compartir esos pequeños momentos como esperar con tranquilidad a que la niña de sus ojos escoja los zapatos que le gustaron.
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Abel descubrió que, la responsabilidad de velar por el bienestar de su hija le ayudó a ser una mejor persona, a organizar mejor sus tiempos. “Aprendí a organizar mis horarios, a trabajar bien las 8 horas o hacerlo en casa, a dedicar más tiempo a mi familia”, dice desde el puesto que ocupa en la subgerencia de Áreas Verdes en la Municipalidad de Cayma.
El hombre de 58 años también considera que Dios le dio tres oportunidades de vida, el primero cuando sufrió de hemorragia a los meses de nacido, el segundo cuando una bomba lacrimógena lo impactó en el estómago en la Universidad Nacional de San Agustín, cuando estudiaba Ingeniería Ambiental y producto de ello recortaron su intestino y finalmente, el año pasado venció al coronavirus en el centro de atención en Cerro Juli.
Su mayor temor fue dejar sola a su hija, por lo que cumplió al pie de la letra las indicaciones de los médicos. “De todo esto aprendí a hacer la vida más simple, a no pensar en el futuro o pasado, sino en el presente”, resalta Abel, quien además considera que la vida le da nuevas oportunidades, porque después de 5 años, volvió a encontrar a una pareja.