Estoy seguro de que a César Acuña le encanta que Arturo Fernández sea el alcalde de Trujillo. Por ahora, por lo menos. Es que con Fernández como autoridad de la Municipalidad Provincial de Trujillo el seguimiento y ruido político y mediático no están tanto con el líder de APP. El autodenominado “Loco de Moche” concentra los reflectores porque ejerce su gestión edil como si estuviera conduciendo un reality, más concentrado en el show y lo circense, antes que en actuar como estadista.
A veces pienso que el primer regidor, Mario Reyna, el abogado amigo de Luis Valdez y forjado en la casa apepista, lo deja estar adrede a Arturo Fernández. De otra forma no se explicaría que Fernández perpetre violaciones tan flagrantes a la normatividad una y otra vez, como aquel bochornoso aviso municipal en el que direcciona la compra de contenedores a un privado. ¿Reyna acaso no le advierte de lo irregular de muchas de sus primeras acciones? ¿O es que lo deja nomás para que se destruya solo?
¿Y Fernández es tan tonto como para creer que no le pasará nada por infringir las normas? ¿O es que la soberbia del poder adquirido lo ha arruinado más moral y mentalmente?
Acuña, mientras tanto, debe estar satisfecho. Tiene cierta tregua gracias al bolondrón que Arturo Fernández arma día a día. El alcalde actúa siempre mirando a la tribuna, con una fórmula propia del antisistema, del que busca el divisionismo entre los buenos y los malos. Y por ahora puede funcionar entre los seguidores de Fernández, pero eso se agota. Tengo la imprensión de que Acuña sabe esto y solo deja que el alcalde siga haciendo lo suyo, esperando que se autodestruya poco a poco.