Este año que se nos va ha sido muy fructífero para la cultura, en general, y para la literatura, en particular. A pesar de la ignominiosa indiferencia de nuestras autoridades regionales y municipales, la creación literaria ha encontrado un apreciable eco en los lectores liberteños.
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Calculo que estamos cerrando el año con algo más de cien publicaciones y presentaciones de libros, aparte de las innumerables actividades conexas (ello sin contar las iniciativas de las escuelas y universidades en nuestra región). Mención especial merecen la Gerencia Regional de Educación, las UGEL, la Fundación Cultural del Banco de la Nación y muchas otras instituciones que se han sumado a este gran compromiso.
Poética de la voz
En medio de este esperanzador panorama, un prometedor libro nos abre las puertas del 2026. Se trata de LA SOMBRA Y OTROS CUENTOS (Nectandra Ediciones; 2025), del escritor chugaíno Enrique Carbajal. Este libro, más que una suma de historias, expresa una poética de la voz: integra la oralidad con pulso literario. Noches, cerros, animales, plantas, hombres y demonios son fuerzas activas. Es como si el mundo emergiera desde la palabra.
Esa decisión estética —que desplaza el interés del “qué pasa” hacia el “cómo se dice”— define la esencia del libro. Enrique Carbajal trabaja sobre géneros reconocibles —mito, leyenda, fábula, cuento maravilloso— y los hace conversar dentro de un mismo tejido. Por eso, la lectura respira a historia y colectividad. Es una memoria que afirma y se reafirma. El libro obra como una sola garganta, aun cuando cambien los motivos y las voces.
No es casual que varias escenas se abran como quien prende el fogón antes de hablar. Basta una fórmula tonal —“La hora mala”, “Noche errante”— para que el ambiente se instituya. Ese gesto, tan simple y tan eficaz, instala una ritualidad que sostiene la atención del lector y le marca el paso. En adelante, no leemos solo para saber el desenlace, sino para escuchar cómo se va espesando la sombra.
Ritmo que seduce
Ahora bien, el mismo armazón que cohesiona también puede apretar demasiado. Cuando la lógica de prueba y retribución se repite, el sentido queda a veces muy a la vista. La sorpresa, entonces, ya no nace de la arquitectura, sino del timbre, de ese modo de narrar que insiste y seduce. Con todo, la apuesta es honesta: Carbajal no persigue el experimento de laboratorio, sino el relato como dispositivo cultural.
De allí que los temas regresen como olas con variaciones: la palabra empeñada, la deuda moral, la reciprocidad que ordena la convivencia. En paralelo, asoma una psicología del desamparo donde lo humano se mide con lo sobrenatural, pero también con jerarquías concretas. La desigualdad aparece en la escena y en el trato —“señor patrón”—, sin convertir el cuento en discurso. Y el paisaje actúa: la noche pesa, el cerro escucha, el silencio manda.
En lo narrativo, Carbajal suele entrar rápido, tensar la atmósfera y cerrar con filo. El tiempo avanza hacia un punto de combustión y, cuando llega, no se “explica”: se enciende y se apaga. Un destello, dos gritos, y de pronto el silencio queda como dueño de todo, obligándonos a completar lo que el texto sugiere. Incluso en las escenas de fuerza o deseo, la prosa se apoya en la sonoridad y vuelve destino el ritmo.
Palabras e imágenes
Pero el eje mayor del libro es, sin duda, el lenguaje. La oralidad está trabajada con cuidado: giros coloquiales, marcas de habla, fórmulas de trato, economía léxica que, cuando hace falta, se vuelve lírica. La repetición funciona como encantamiento —“Échale, échale…”, “Ven… ven…”— y dramatiza miedo, duelo o deseo sin recargar el gesto. Dicho de otro modo: aquí el lenguaje no acompaña la historia; la funda, y en esa fundación se reconoce una identidad narrativa.
Por otra parte, si vemos al libro como objeto, la edición y las ilustraciones potencian fuertemente esa misma poética de la sugerencia. El libro, en sí, representa una obra de arte hecha de varios lenguajes. El claroscuro, los dibujos hechos a mano (a carboncillo), las figuras que emergen de los trazos y las imágenes que suscitan enriquecen infinitamente la experiencia de lectura. Las ilustraciones dialogan con la escritura y prolongan la atmósfera. Así, la lectura no solo es una experiencia cognitiva.
Aquí la lectura se vive: se escucha, se mira, se siente, se imagina...
Una voz propia
“La sombra y otros cuentos” confirma que Enrique Carbajal no necesita artificios para sostener su literatura. Le basta la fuerza de la voz y de la historia colectiva que pervive en el imaginario andino. Como en sus libros anteriores —con especial brillo en “Cuentos de tiempo viejo”—, su mayor logro es hacer de la noche, el cerro y el silencio una materia narrativa que respira e inspira. La oralidad, aquí, no es un recurso: es el motor estético que enciende la escena y la deja resonando.
Al legado de Ciro Alegría (Huamachuco) y al trabajo étnico y literario de Teodoro Bernabé (Virú) se suma, con nitidez y potencia, la narrativa de Carbajal. No llega para ocupar un lugar vacío, sino para ensanchar el mapa de nuestra narrativa regional con una voz propia. Ojalá el 2026 sea el año de su lectura, difusión y valoración.





