Fiorella Bardales, vecina del asentamiento Pachitea, es madre de una niña de cinco años que contrajo una larva tras consumir agua contaminada, adquirida a las motos furgón que venden el recurso en la zona. Durante dos semanas, el sector mantuvo un desabastecimiento prolongado, lo que forzó a la familia a comprar el recurso sin control sanitario. La menor estuvo diez días hospitalizada y uno de sus riñones quedó afectado, lo que generó un gasto 3000 soles.
La niña presentó escalofríos y vómitos. Fue internada en el Hospital Jorge Reátegui Delgado. Los exámenes médicos confirmaron deshidratación severa, presencia de una larva y daño en uno de sus riñones. Tras tres meses de tratamiento se ha eliminado la larva, pero su riñón presenta una lesión renal.
El decano del Colegio Médico de Piura, Jorge Espinoza, advirtió que la calidad del agua que consumen los piuranos representa un riesgo sanitario. Señaló que la alta salinidad de los pozos de la región favorece la aparición de hipertensión arterial, cálculos e insuficiencia renal. Estas afecciones ubican a Piura entre las zonas con mayor incidencia de enfermedades renales en el país, según la Plataforma Digital Única del Estado Peruano. Espinoza añadió que la falta de un abastecimiento continuo aumenta la exposición a infecciones intestinales, parasitosis y episodios graves de deshidratación.
EL VÍA CRUCIS. Los vecinos recurren a medios alternativos para abastecerse. Algunos dependen del apoyo de familiares que sí reciben el servicio y trasladan el agua en mototaxis. Otros compran el recurso a los aguateros; el galón de 15 litros les cuesta entre cincuenta céntimos y un sol. Además, adquieren bidones de agua de mesa de 20 litros a S/ 7, que utilizan para beber y preparar los alimentos. Esta forma de abastecimiento supone un gasto mensual de S/ 128 en agua de mesa y S/ 560 en compras a proveedores informales.
La ingeniera Susana Bastarrachea, subgerente zonal de Piura de EPS Grau, admitió que la demanda de agua ha superado a la oferta. Indicó que la mayoría de los pozos han sobrepasado su tiempo de vida útil, han sido sobreexplotados y la infraestructura no permite un abastecimiento permanente. Añadió que uno de los principales problemas es el diseño antiguo del sistema, que envía el agua directamente del pozo a la red, sin pasar por un reservorio elevado que asegure una presión constante.
Según precisó, Piura enfrenta un crecimiento poblacional que agrava la situación: “Sigue creciendo y normalmente se van asentando a los alrededores […], si tú te asientas en la periferia no va a llegar [el agua]”, señaló. Explicó también que los pozos construidos hace 30 años no cuentan con la capacidad de diseño necesaria para abastecer a la población actual.
Bastarrachea precisó que, mediano plazo, la EPS Grau, en coordinación con el Gobierno Regional de Piura, proyecta la construcción de 20 pozos. Aclaró que la solución de largo plazo exige la intervención del Ministerio de Vivienda, Construcción y Saneamiento mediante el proyecto de ampliación de la planta Curumuy. Con esta obra, la producción pasaría de 600 a 2.700 litros por segundo de agua potable, volumen suficiente para abastecer a toda la ciudad, mientras que los pozos quedarían como reserva de contingencia.
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Eduardo Sánchez, ingeniero en recursos sostenibles de la Universidad de Piura (UDEP), explicó que el agua apta para el consumo que abastece a la ciudad proviene principalmente del reservorio de Poechos, una obra de hace 50 años que no ha recibido el mantenimiento adecuado y que se encuentra colmatada. Por su parte, Francisco Arteaga, ingeniero industrial del Instituto de Hidráulica, Hidrología e Ingeniería Sanitaria de la UDEP, cuestionó que se apueste por perforar más pozos como medida de urgencia. “La solución no está en los pozos. Primero, que no han hecho un estudio hidrológico para saber cuánto caudal podemos captar. (...) Si pongo más pozos de los necesarios, malogro la fuente, que es lo que siempre se ha hecho”, afirmó.
(Esta nota ha sido elaborada por estudiantes de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Piura. Colaboraron: Luis Lozada, Andrea Tello y Agnes García,en investigación; y Luis Lozada, en fotografía).





