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Los retos que se enfrentan en la implementación de un programa de alimentación escolar son del mismo tamaño y complejidad de los retos históricos de un país. Hace 10 años la implementación del Programa de Alimentación Escolar Qali Warma tuvo que quebrar mitos y modelos obsoletos. Lanzaron una de las propuestas más revolucionarias hasta entonces en un modelo de alimentación escolar en nuestro país: situar a los niños y niñas en el centro de la prioridad.
La experiencia internacional nos dice que los programas de alimentación se transforman y se adaptan, maduran con el tiempo y se sostienen en diseños sólidos y realistas. El programa Qali Warma desde su diseño e implementación, a la distancia del tiempo y con la evidencia de la realidad, debe de celebrar y todos los peruanos felicitar, que no se le cayeran en el camino las ideas matrices: alimentación escolar como derecho universal, el niño y la niña en el eje central, diversificación desde la aceptabilidad, vínculo con el patrimonio alimentario regional, modelos diferenciados y cogestión de padres, docentes y autoridades locales.
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Difícil etapa. Durante la pandemia y el cierre de los colegios esa coalición se movió con la naturalidad de la confianza ganada previamente. Los comités de alimentación escolar lograron que los colegios sean los nuevos centros de abastecimiento de los productos para todas las familias. La virtualidad le permitió al programa mayor despliegue y llegaron a 170 mil niños y niñas de mas de 3 600 colegios en todo Junín. Este vínculo ahora más directo con las familias visibilizó que dentro de los padres participantes, más de 2 100 eran pequeños productores de hortalizas y frutas, que llevaban la totalidad de su producción al mercado y producto de la venta compraban para casa fideos y arroz entre otros alimentos.
Durante la pandemia han logrado reorientar parte de esa producción para el consumo en casa con recetas locales aprendidas por el programa. Los comité de alimentación escolar se hicieron mas fuertes, no sólo cumplen los roles asignados inicialmente sino que su llegada a los hogares les posibilitó facilitar campañas que van desde desparasitación, sexualidad para los adolescentes, distribución del sulfato de hierro en la lucha contra la anemia y educación en bioseguridad frente a la COVID-19.
El diseño sólido y flexible del programa, un modelo ejemplar tambino de articulación territorial, y el contexto complejo actual evidencian el enorme potencial que tiene la cocina como dinamizador social en procesos de desarrollo. Es un buen momento de pensar con detenimiento en el próximo movimiento. En el decisivo rol de la sociedad civil, en los puntos de encuentro público- privados desde actividades integradoras. Puntos de apoyo como el modelo de escuelas tambinas que proponen desde la realidad una nueva educación cívica desde la educación alimentaria.