Han pasado casi tres años desde la última vez que visitamos Buenos Aires. Llegamos por primera vez en el 2017 y tengo que decir que fue amor a primera vista, o quizás ¿a primer bocado? Debe ser por lo mucho que nos recuerda a Madrid, a esos días en España que tanto se extrañan. Lo cierto es que, con esos aires de ciudad europea, Buenos Aires es también una ciudad fuerte, con identidad propia, divina para caminar, disfrutar y por supuesto también comer. Comer y pasear en uno de los barrios más populares entre locales y visitantes. Ay, Palermo querido, imposible no extrañarte.
Aquellas calles adoquinadas llenas de vida, restaurantes con terrazas donde se puede comer entre la calle y la vereda, paredes pintadas de mensajes, ferias que cierran el tránsito, esquinas llenas de vida, bares decorados en madera con aires de tiempo pasado y ondas bohemias, y cómo no, aquellos templos carnívoros rebosantes de bife de chorizo, entrañas, morcillas, mollejas. Porque si hablamos de parrillas y de carne, como de fútbol, es imposible no pensar en esta ciudad porteña intensa, divertida y alegre.
SABOR Y TRADICIÓN. En los famosos “asados”, aquel festín alrededor de la carne a la parrilla cualquier tarde de verano que logra que en muchas terrazas y patios humee el carbón y crepiten las brasas.
Y si hablamos de carne, no podemos dejar de hablar de Don Julio, un templo de fama mundial cuyas brasas se han extendido por varios países y continentes; donde las mollejas se han vuelto una leyenda urbana y los cortes de carne abrazan todo el campo que la alimenta y refleja su terruño en cada bocado. Todo eso sin contar los embutidos que trabaja Guido Tassi, tanto para Don Julio como para El Preferido de Palermo, esta suerte de bodegón porteño donde es una delicia perderse a disfrutar en su barra de mármol rosa. Conservar las carnes con sabiduría, cultura y aprecio por el producto y su entorno lleva mucho tiempo de aprendizaje y se nota en esa maravillosa carta de embutidos que se pueden degustar en ambos locales.