La experiencia peruana y latinoamericana muestra que no hay correlación entre las ofertas electorales de los candidatos municipales y regionales (además de los presidenciales y congresales) y lo que una vez elegidos realmente cumplen. Hay varias razones.

Una, que las promesas responden a un plan de captura de votos productos del análisis de perfil de los deseos de los electores, que tiene poco que ver con los antecedentes personales o partidarios del candidato. Otra, aún si un candidato gana con holgura, y con mayor razón si gana con baja votación, necesita acordar con sus allegados y demás sectores políticos una coalición que dé los votos y el respaldo posterior a las decisiones que se tomen, lo que necesariamente modifica la propuesta original.

Por lo tanto, podemos pensar en otros criterios para elegir a un buen candidato.

Un buen voto puede dirigirse a quien diga: no prometo nada más que ser coherente con mis antecedentes de gestión de problemas en ambientes complejos, poniendo en juego todos mis recursos éticos, profesionales y prestigio para sacar adelante nuestra ciudad (país) procurando el mayor acuerdo posible entre los interesados y los afectados.

A falta de alguien así, podemos usar otro medio que transparenta intenciones: observar sus apariciones televisivas y especialmente el debate municipal sin poner volumen al televisor. Observar sus ojos, gestos, posturas corporales, la energía que emana de sus expresiones, para ver si genera una sintonía empática con el televidente. Solo después, dar una mirada a los antecedentes y propuestas que se resumen en la prensa.

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