El 28 de julio hubo otro discurso presidencial denso, tedioso e iluso sobre lo que se hizo o piensa hacer. Los congresistas apenas prestaron atención, ocupados con sus asuntos personales, conversando o ausentándose. Los analistas criticaron lo que faltó y los aliados un elogio políticamente correcto. Luego, todo sigue igual.

Quizá podríamos tener un discurso que capte la atención de todos de 10 minutos, en el que quien preside plantea su visión del país y cinco promesas fuertes, ejes prioritarios de su gestión, sobre las que rendirá cuentas mensualmente en mensajes breves, interpelado por expertos de los sectores involucrados. Posteriormente, cada ministro rinde cuentas a los interesados en su sector, siguiendo un rol de presentaciones en el canal oficial.

Esto implicaría que quien preside se enfoque en lo que sabe, monitoreándolo todo el año, en lugar de hablar de temas que no sabe ni le interesan. Cada sector se organizaría para contribuir a la realización de estas cinco prioridades, sin que todo tenga que ser parte del discurso presidencial.

Este enfoque daría mayor claridad a los ciudadanos sobre las metas nacionales y aumentaría el optimismo respecto al futuro, permitiendo monitorear la capacidad del gobierno para cumplir sus promesas. Todo ello podría ayudar a recuperar la confianza en la viabilidad del Perú como país democrático, evitando la tentación de recurrir a caudillos o radicales sin trayectoria creíble.

La reciente sesión del Congreso, donde se reiteró este inútil paradigma del discurso inocuo con Dina Boluarte, subraya la necesidad de una alternativa como esta.