En el año de 1888, el notable pensador Manuel González Prada, escribió un apasionado y cerebral discurso, que fue leído por el estudiante ecuatoriano Miguel Urbina -dotado de mejor estructura vocal que nuestro pensador-, en el teatro Politeama de Lima. Hoy, como en aquella velada patriótica, los robustecidos pensamientos de González Prada, siguen brillando con la misma luz de su primera aparición. Aún las mediocridades proliferan, seguimos bebiendo de fuentes emponzoñadas y nuestros vicios siguen arrastrándonos miserablemente. Sigue vigente la ignorancia de los gobernantes y la servidumbre de los gobernados, y al cuerpo vivo que es el Perú, “lo siguen amputando cirujanos con ojos con cataratas seniles y manos con temblores”. En lo que a nuestros congresistas se refiere, podemos sostener sin ambigüedades que el Congreso del Bicentenario, no solo es una ilusión perdida, sino que es parte fundamental del problema. Nuestros representantes, en el ejercicio de sus funciones, no han reportado los beneficios deseados y por esa razón, la tendencia de desaprobación popular, aumenta. Nuestro Congreso carece de prestigio y respetabilidad, y uno de los grandes males que sufre nuestra cámara legislativa es la pésima distribución de parlamentarios en las comisiones, pues no se rigen por los criterios de “especialidad en la materia”, como exige el art. 34 del Reglamento del Congreso de la República. Decía González Prada al inicio de su discurso que “la generación que se levanta es siempre acusadora y juez de la generación que desciende”. Estamos dejando una triste y pesada herencia a los futuros hombres y mujeres que harán el Perú sobre cimientos débiles e inciertos.