Gustavo Petro Urrego es, desde el domingo 7 de agosto, el nuevo presidente de Colombia, liderando la coalición izquierdista Pacto Histórico. Juró ante 10 jefes de Estado, 9 presidentes latinoamericanos y el rey de España, acto al que no asistió el mandatario del Perú porque el Congreso, de manera insólita, negó el permiso de viaje.

Petro enfatiza especialmente obtener la paz en Colombia y hacer realidad los Acuerdos de Paz del 26 de septiembre del 2016, como la implementación de una reforma rural integral, la investigación y sanción a los responsables de la violencia, resolver el problema de las drogas y sancionar los asesinatos de líderes y luchadoras sociales y políticos.

La guerra en Colombia es de pasado reciente. Vemos el asesinato del candidato liberal Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948, las FARC en guerra desde 1964, el ELN desde 1965, el M-19, al que perteneciera Petro, desde 1974, y los paramilitares en 1980.

Petro nos dice que solo es posible alcanzar una verdadera paz resolviendo la violencia vinculada al narcotráfico.

El otro gran objetivo de cara al futuro es lograr justicia para su población. Casi 21 millones de colombianos viven en pobreza. Por ello Petro plantea: “la igualdad es posible si somos capaces de crear riqueza, pero también de redistribuirla más justamente … proponemos una reforma tributaria que genere justicia”.

Dicho claramente, no es posible alcanzar paz ni desarrollo en ningún país de América Latina si la desigualdad tan extrema, vivida día a día, persiste. Quienes más riquezas obtienen, tienen la obligación de contribuir a lograr justicia, educación, salud para los menos favorecidos. Como dice Petro, es momento de lo posible.