La educación de los adolescentes púberes coincide con los estudios en los primeros grados de secundaria, y en varios casos, comienza en los últimos grados de la primaria. Por ello, el colegio y el hogar deben tener en cuenta las particularidades de las dos fases: la pubertad y la coalescencia plena para educar oportunamente a nuestros alumnos y alumnas.
La pubertad se circunscribe a la “revolución fisiológica” debido a los cambios sexuales secundarios que tienen un gran impacto en su desarrollo físico y sobre todo socioemocional. En este período de “la primera adolescencia” adquieren las características físicas, según sea el caso, tanto del sexo masculino o del femenino.
Aunque los cambios que ocurren en los órganos sexuales son notorios, estos no son los únicos: el organismo en su conjunto cambia. Por ejemplo, a los varones les aumenta la caja torácica, les crece la barba y se les engrosa la voz; a las chicas se les presenta la menstruación, se adelgaza la cintura y les crecen las caderas y los senos. Lo señalado, les genera ansiedades que hay que entender y atender en un contexto de escucha, diálogo y contención psicológica en la tutoría escolar Todo ello debiera ser en el marco de una Educación Sexual Integral (ESI) que considera las dimensiones biológico-reproductiva, la socio-emocional y la ético-moral. “No se puede obviar. Nuestros alumnos y alumnas: Los hijos e hijas de hoy son la prioridad. Por ello hay que buscar un encuentro convergente entre los colegios y los hogares”. Se debe educar para prevenir el inicio temprano de las relaciones sexuales, el embarazo precoz y las infecciones de transmisión sexual. En la adolescencia se concreta el “desarrollo crucial del yo y la identidad. Por todo lo señalado, la ESI “es una tarea conjunta de educadores y padres, no de obstetras.”