A la medianoche de mañana 31 de diciembre, con el advenimiento del nuevo año, nos desearemos un buen Año Nuevo 2026. Compartiendo nuestros parabienes, diremos en voz alta y con entusiasmo, entre los consabidos deseos de prosperidad, trabajo y felicidad: ¡buena salud para todos! Los que nos saludemos a esa hora con la familia y amistades (no siempre todas las personas han tenido, tienen ni tendrán la oportunidad de hacerlo), lanzamos al aire un estentóreo “¡Primero salud!” y agregamos porque, habiendo salud, todo lo demás se hace posible.

En la vida solemos conducirnos con ese intrínseco anhelo de “buena salud” para uno mismo, para los familiares y para los amigos. Veamos algunos casos. Cuando a una madre, antes de saber el sexo del hijo en su vientre, se le pregunta: “¿Qué quisieras que fuera: varón o mujer?”, la madre suele responder: “No interesa el sexo. Lo principal es que nazca sanito”.

Por otro lado, cuando conmemoramos nuestro cumpleaños —no siempre todos lo celebramos—, casi siempre, tras apagar las velas de la torta, la pregunta de los acompañantes es: “¿Cuál fue tu deseo?”. Y contestamos: “¡Tener buena salud!” Y así podríamos señalar diversas ocasiones en que ponemos énfasis en este importante y natural anhelo humano.

Como educador siempre he sostenido que debemos esforzarnos por formar buenos ciudadanos orientados hacia una existencia saludable en el sentido más amplio de la expresión, es decir, física, social, y mentalmente, al mismo tiempo que seamos equitativos e inclusivos, además de productivos, creativos y con proyectos de vida, de modo que contribuyamos decididamente al desarrollo económico, humano y sostenido. ¡Feliz Año Nuevo 2026 … y con buena salud!