Stephen Hawking decía que si seguimos acumulando ciencia y tecnología sin fronteras éticas que regulen la manipulación del ADN para crear razas superiores o virus destructivos, si seguimos eligiendo gobernantes autoritarios con capacidad de agresión nuclear, si se sigue depredando la tierra extinguiendo especies, talando bosques, facilitando el continuo calentamiento global con sus aparejados desastres naturales ¿por qué el mundo futuro habría de ser mejor?

Stephen Hawking pensaba que sobrevivirán solo quienes logren viajar por el cosmos a otros planetas porque la tierra quedará inhabitable. Al leerlo me preguntaba si no hay opciones que apunten más bien a una desintoxicación del planeta y una auto-regulación de sus capacidades destructivas canalizadas hacia las fuerzas constructivas, creadoras del bienestar colectivo.

La única herramienta que conozco de la que disponen las sociedades para alcanzarlo es la educación, que se distancie del “status quo” mediocre e insatisfactorio y la cobardía para atreverse a innovar y modificar estructuras que evidencian ser retrogradas. Requiere una mutación que nazca de confrontar los paradigmas y estructuras clásicas y oxidadas, una especie de “espacio de caos premeditado” cuyo resultado sea una educación en mejor pie que la de sus antecesores.

Ese es el espacio de la innovación, del ensayo de nuevas fórmulas, de las oportunidades creativas hasta acertar en algo que sea satisfactorio para todos. Tan solo requeriría de una población que despierte de su complaciente letargo para elegir a quienes puedan ser capaces de cumplir tal misión.

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