Me pregunto cómo promesas como la expropiación de las grandes empresas productoras de energía y bienes básicos, o invertir 10% del PBI en educación y otro 10% del PBI en salud (para un total de 15% en todos los sectores) pueden ser tomadas acríticamente por una parte de la población, sin cuestionar su viabilidad.
Me hizo recordar cuando Abimael Guzmán se metió en la mente de miles de seguidores, adoctrinándolos fácilmente, convirtiéndolos en repetidores de slogans, -sin una mente educada para verificar la validez de sus argumentos y confrontarlos- o cuando Alberto Fujimori golpeaba a los políticos y cocinaba su reelección perpetua con mucho respaldo popular.
Ocurre que el sistema educativo ha venido atrofiado por generaciones la capacidad del pensamiento inteligente, crítico, creativo y autónomo de los alumnos de la escuela peruana. Muchos de sus egresados son ahora votantes que no han sido educados para verificar la viabilidad de las promesas políticas ni para confrontar legalmente lo que anda mal, ni para ser militantes en el intento de cambiar las cosas dentro de los causes legales democráticos, ya sea que les toque el rol de gobernante, empleador, funcionario, educador o militante político.
Ese es el costo de una educación retrógrada, autoritaria, dogmática, que sacrifica el cultivo del pensamiento libre, crítico y el desarrollo de una ciudadanía democrática y sensible a las necesidades del prójimo, en aras de convertir a los alumnos en solucionadores de exámenes de opción múltiple de las denominadas áreas básicas, que dicho sea de paso, ni siquiera logran aprender.