Los gobiernos con minoría parlamentaria enfrentan el reto de construir consensos con la oposición para establecer una agenda viable y alcanzar un entendimiento que beneficie al interés general. En estas circunstancias, la política se asemeja a un arte, ya que el poder ejecutivo debe aceptar limitaciones en la implementación de su programa de gobierno, incluyendo las promesas de campaña, mientras que el parlamento, en su rol de fiscalización, actúa como contrapeso. Este equilibrio es fundamental para que la política se materialice como una fuerza de bienestar colectivo.
Un error frecuente en la región es cuando un gobierno en minoría opta por ignorar al parlamento, presentándose ante el electorado como un líder popular, pero con un enfoque confrontativo que estigmatiza al Congreso como el causante de los problemas nacionales. Para sostener esta postura, el ejecutivo puede recurrir a medios afines que amplifiquen su discurso, lo que, lejos de resolver tensiones, intensifica la confrontación. En países como Perú y Ecuador, donde existen mecanismos de exigencia de responsabilidad política y disolución del parlamento, estas dinámicas pueden derivar en conflictos aún mayores, incluyendo la vacancia presidencial. Tal medida, además de no ofrecer soluciones duraderas, podría generar un ciclo de inestabilidad para los futuros gobiernos, dificultando la gobernabilidad en contextos de pluralidad partidista.