Los resultados electorales del 11 de abril nos enseñan que somos mejores analizando el pasado que proyectando el futuro impredecible. Confiar en el conocimiento de los modelos del pasado o en el “wishful thinking” predecible (al imaginar las opciones electorales en función de ser partidario de la economía social de mercado o el intervencionismo estatal), es una apuesta riesgosa.

Si miramos la era de Trump en EE.UU. y Bolsonaro en Brasil y al otro lado del espectro a Bolivia (retorno de Evo Morales), Ecuador (casi triunfo de Andrés Arauz y retorno de Correa), Chile (que va a cambiar su constitución por presión social) y ahora el Perú (que podría encumbrar como presidente a un dirigente docente radical andino), veremos que los credos económico sociales y los paradigmas políticos del siglo XX se están cayendo, y estamos en una transición hacia otro modelo que aún no se sabe cómo será.

La pregunta para los educadores es la siguiente: si el andamiaje político, social, tecnológico, cultural, ético del siglo XX se están cayendo y dando paso a un nuevo modelo de sociedad y ciudadano para lo que sigue del siglo XXI, ¿tiene sentido mantener los paradigmas educativos propios del siglo XX que cada vez serán más extraños para lo que se requiere para vivir en el siglo XXI? ¿No es hora de abrir nuevas fórmulas educativas más propias del siglo XXI que cultive mentes libres y abiertas para pensar en los diversos escenarios del futuro, y ser resilientes ante las situaciones sorpresivas e imprevistas, manteniéndonos optimistas en la lucha por procurar el bien común y construir un mundo mejor?