En educación, se confunde aprobar exámenes con haber aprendido. Lograr una alta nota en el SAT, PISA o evaluaciones escolares parece validar el dominio del conocimiento, pero la realidad es otra: marcar respuestas correctas no siempre implica comprender.

El SAT, por ejemplo, permite aprobar estrategias como eliminar opciones erradas, sin entender los textos. En matemáticas, memorizar fórmulas sustituye el razonamiento. Marcar “C” no es aprender: es adiestramiento. Así, las pruebas estandarizadas miden más la capacidad de adivinar bajo presión que el pensamiento crítico real.

En España, la Selectividad (EBAU) repite el drama: memorizaciones frenéticas olvidadas en cuanto termina el examen. Latinoamérica no es ajena: Chile (SIMCE), Argentina (Aprender), Perú (ECE), Colombia (SABER), México (PLANEA) viven obsesionadas con sus evaluaciones. Sin embargo, sus resultados apenas cambian, alimentando una ilusión de mejora.

Peor aún, estas pruebas priorizan Matemáticas y Lectura, relegando a un segundo plano arte, filosofía, educación física y habilidades sociales. Así, la “educación integral” se vuelve una consigna vacía.

Como advirtió Noam Chomsky: “Si enseñamos a pasar exámenes, no enseñamos a pensar”. Aplicar exámenes fáciles de corregir desplaza la necesidad de evaluar verdaderamente el aprendizaje. Resolver un problema tipo no equivale a calcular el costo de un viaje real.

Debemos exigir evaluaciones que valoren explicaciones, creatividad y pensamiento crítico. Mientras sigamos confundiendo saber con seleccionar, graduaremos expertos en tests... incapaces de pensar. Ese error es imperdonable.

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