El caso Cuellos Blancos del Puerto está malherido. La alerta proviene del propio fiscal investigador, Pablo Sánchez, que está a poco de terminar sus pesquisas y apunta a que a fines de febrero pueda presentar su acusación. Aunque hasta allí todo parece predecible, pocos saben que se respira una atmósfera pesada. Sánchez ha emitido por estos días algunos conceptos que bien podrían resquebrajar la estructura de un caso que parecía cerrado. Recordemos.Luego de Odebrecht, como si nada peor le pudiese pasar al país en términos de corrupción, estalló esta farra de llamadas telefónicas entre hermanitos y hermanitas que desnudó, con crudeza, que una miasma de jueces y fiscales había transformado la justicia en una bodega de resoluciones que se expedían con ofertas de temporada y de acuerdo al mejor postor.Así, de las manos de las fiscales Rocío Sánchez y Sandra Castro, el 7 de julio de 2018, el primer audio de Walter Ríos y de los “10 verdecitos” bajó el telón de las sospechas en relación a que el corazón de la red palpitaba desde las alcantarillas del Callao y extendía sus latidos a un tejido amorfo y disperso, que llegaba al CNM y a todos los niveles de la judicatura.Todo eso es cierto, pero lo que hoy dice Sánchez es:1) Que los Cuellos Blancos eran una especie de grupo de trabajo indebido, ilícito, que se intercambiaban favores.2) Es un grupo que se forma no porque ellos se ponen de acuerdo expresamente,sino que se van haciendo favores entre ellos y van formando una especie de hermandad y,3) César Hinostroza no era el cabecilla, estaba en la misma línea de trabajo pues no se trataba de una organización piramidal, sino horizontal. Con esos criterios, Sánchez debe sustentar ahora que Los Cuellos Blancos eran una organización criminal, propiciar penas severas para sus integrantes y coadyuvar a la extradición de Hinostroza. Por eso son válidas estas dos preguntas: ¿Hay una soga suicida bajo el mentón de Los Cuellos Blancos? ¿Se ha puesto Sánchez la soga al cuello?