La pandemia no ha terminado para los adolescentes entre tercero y quinto de secundaria. Aún cargan con las secuelas emocionales y académicas del encierro, cuando estaban en etapas claves de su desarrollo. Vivieron experiencias como la amistad y el primer amor a través de pantallas, sin la cercanía física necesaria. Al reanudar las clases presenciales, a esta generación se le pide que funcione como si el encierro no hubiera existido. Sin embargo, encontramos estudiantes desbordados emocionalmente, con dificultades para asumir límites y recuperar la estructura académica necesaria para afrontar desafíos futuros.
En lo académico, los vacíos en matemáticas, comprensión lectora y escritura, agravados por la educación virtual, no desaparecen sin un enfoque remedial adecuado. Pero lo más preocupante es la regresión en su desarrollo emocional. La adolescencia es crucial para aprender a gestionar emociones, construir relaciones significativas y resolver conflictos. Sin la interacción presencial, muchos adolescentes enfrentan dificultades para reintegrarse al entorno escolar, mostrando aislamiento, ansiedad social o comportamientos disruptivos. Además, el estrés familiar, las dificultades económicas y el duelo por seres queridos agravaron problemas de salud mental, como la depresión y la ansiedad.
Para poder reparar este daño, es la respuesta educativa debe alejarse de las expectativas tradicionales sobre lo que “ya deberían saber”. Si no reparamos las heridas y fracturas que la pandemia dejó en estos adolescentes, corremos el riesgo de que esas grietas se conviertan en traumas no resueltos.