Cada vez se hacen más presentes en los medios los psicólogos y psiquiatras que aluden al deterioro del estado emocional de las personas, amplificado por el estrés del aislamiento físico que incluye el incremento de casos de maltrato físico y psicológico entre parejas y a los hijos. Cada vez más frecuentemente se presenta estadísticas sobre escolares, universitarios y adultos que requieren terapias y fármacos para lidiar con sus dificultades emocionales, estrategias que reducen pero no eliminan situaciones extremas como la violencia ejercida contra otros o la autodestructiva.

Los componentes genéticos desencadenantes de una enfermedad mental difícilmente se pueden alterar, pero sí se pueden tratar los factores ambientales que los desencadenan y contribuir con ello al bienestar de estas personas y su entorno. Para ello hay que crear condiciones para que las personas puedan mantener un equilibrio emocional (personal), una adecuada convivencia social (social), capacidad para lidiar con retos cognitivos (académico) y para contribuir al bienestar colectivo (ciudadanía).

La pregunta psicológica y educativa crítica es cuándo y cómo se pueden construir esos soportes emocionales críticos que conciernen al bienestar socioemocional de las personas. Las diversas disciplinas científicas sostienen que es en la infancia, primero en los espacios familiares y luego en la escuela, que es la primera institución social a la que asisten todos los niños. Luego intervendrán los otros espacios en los que interactúan los niños hasta llegar a la adolescencia, aunque las huellas de dolor, angustia, inseguridad y desprotección instaladas en la infancia tienden a mantenerse en el tiempo, por lo que las terapias psicológicas en los adultos arrancan intentando conciliarlos con las huellas dolorosas de la infancia.

Resultará determinante entonces desarrollar políticas públicas de acogida a la infancia, creando condiciones para asegurar que cada hogar disponga de lo necesario para atender cabalmente a sus hijos en los primeros dos años de vida (incluyendo alimentación y salud). A la par, desarrollar estrategias comunicacionales para que los padres y la comunidad interioricen una cultura de crianza que los haga conscientes de cómo afecta a los niños el tipo de relación que tienen entre ellos y con sus hijos desde que nacen, considerando este valor crucial que tiene para ellos atender sus necesidades de seguridad, protección y comunicación tierna y cálida. Esta debe incluir la generación de rutinas y hábitos que le van dando una estructura interna y seguridad frente a las oportunidades de expansión que ofrece el ambiente, sin descuidar la colocación de límites oportunos que en el futuro se irán convirtiendo en esas voces interiores que permiten filtrar lo benigno de lo maligno. Con ello les ayudarán a construir una mayor resiliencia, que es la tolerancia a la frustración frente a condiciones adversas, sin alterar la personalidad, valores y capacidades adaptativas.

Una vez en la escuela, esos niños deben sentirse acogidos, protegidos, escuchados, queridos y seguros, porque solo así podrán poner en juego, en clase y con los compañeros, la plenitud de sus capacidades cognitivas y sociales que determinan el éxito en la escuela. Eso significa que las demandas del Minedu a los profesores, y a través de ellos, a los estudiantes deben priorizar primero esa acogida y sensación de bienestar socioemocional antes que cualquier otra presión que derive de un inoportuno o desproporcionado estrés académico.

Sobre esta buena base, se habrá construido en los niños un soporte sólido que permitirá encarar en las mejores condiciones emocionales cualquier desafío que la vida les presente en los años siguientes.