Imré Kertész, premio Nobel de Literatura (2002), sobreviviente del Holocausto, decía “todos tenemos un nazi dentro de nosotros”. Quiso decir que todos tenemos el potencial de hacer el mal y dependerá del contexto, ambiciones y el filtro ético de cada uno, que estas fuerzas del mal prevalezcan y definan nuestra conducta, como ocurrió con Hitler y tantísimos personajes opresores en el mundo.

La educación ayuda a construir ese filtro ético que permite inclinar nuestras conductas y disposiciones psicológicas para hacer el bien, y procurar reparar cuando hacemos el mal.

Ese filtro no se construye si somos indiferentes o sobreprotectores con los menores frente a las trasgresiones, ni tampoco castigando a los infractores sin acciones de disciplina positiva que les ayude a ser empáticos, reconocer sus faltas, sentirse mal y sobre todo reparar los daños causados, para así completar el círculo de la solución positiva al conflicto.

Una de las dimensiones de esta “prevención para hacer el mal” es tener siempre presente cuando nos va bien o cuando tenemos poder, que esto puede ser efímero, y que tranquilamente al cabo de un tiempo nos puede ir mal, podemos perder el poder y ser afectados por el poder de otros. Si lo tenemos presente, entenderemos la importancia de ser humildes para actuar con ponderación, generosidad, honestidad y empatía con los que están “al otro lado”.

Eso es algo que falló en la educación de nuestros expresidentes, exministros, congresistas, jefes policiales, hoy acusados o presos por hacer un uso indebido del poder sin es filtro ético ni visión del “día siguiente”.

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