El año pasado, justo por estas fechas, la escritora Betsy Portilla Paredes publicó “Memito, mi duende favorito” (Papel de Viento Editores; 2024). Este precioso cuento abre sus páginas con una tierna y simbólica dedicatoria: a los niños y a las niñas, capaces de creer y de hacer “que el mundo salpique maravillas” y a quienes dibujan en sus rostros la alegría nacida del susurro de sus corazones. Acto seguido, la narradora evoca la víspera de la Navidad: tiendas y mercados “repletos de gente, buscando regalos de último momento”. Esa evocación nos sitúa en esta realidad contradictoria que trae consigo la celebración: por un lado, vértigo y resplandor; y, por otro, agresión despiadada contra la tranquilidad de otros seres.
MIRAR LO ESENCIAL
Hoy que la Navidad suele confundirse con prisa, algarabía y estruendo, “Memito, mi duende favorito” nos propone una lectura distinta: una invitación a mirar con mayor cuidado aquello que el ruido suele ocultar. Desde sus primeras páginas, el cuento instala una atmósfera de ternura reflexiva, orientada a los niños, pero también a los adultos que pueden descubrir maravillas en los gestos más simples.No hay aquí grandilocuencia ni exceso; hay, más bien, una delicada apuesta por lo esencial. La escena inicial, por ejemplo, describe un mundo arrastrado por las compras de último momento. Esa imagen, reconocible y cotidiana, funciona como punto de contraste para el núcleo del relato. Betsy Portilla desliza sutilmente, desde la narración, una crítica a estos comportamientos tan naturales como convencionales. Ella deja que la narración avance hacia una pregunta silenciosa: ¿qué queda de la fiesta cuando se apagan las luces artificiales y el cielo recupera su calma e infinitud? En ese umbral aparece Memito, un duende que no oye, pero que observa con atención. Y, desde esa discapacidad/potencialidad, lee el mundo (los gestos y las rutinas). Su silencio no es presentado como una carencia. ¡Es una forma singular de percepción!
- PUEDE LEER: Once Liberteño: cuentos para abrir los ojos
TACTO Y ASOMBRO
Gracias a esta cualidad, el entorno se transforma en una cartografía afectiva donde cada detalle importa. Así, el cuento desplaza el foco desde lo audible hacia lo visible, desde el estrépito hacia la contemplación. El conflicto se desencadena cuando Memito descubre a otro duende, casi invisible para todos, que avanza con las manos vacías. Este encuentro, marcado por el tacto y el asombro, introduce una emoción nueva en el protagonista: la tristeza. No obstante, no se trata de un quiebre dramático. Se trata, más bien, de un aprendizaje interior que lo impulsa a buscar la comunicación y el cuidado del otro. En esa escena contenida, la narración alcanza uno de sus momentos más logrados. El texto sugiere, con serenidad, que la felicidad no se fabrica a golpes de ruido. Al cuestionar prácticas como la pirotecnia, no impone una lección, sino que reorienta el sentido de la celebración hacia la atención y la delicadeza. La Navidad -parece decirnos la escritora- no está en el exceso; su esencia radica en la capacidad de reconocer la vulnerabilidad ajena y de responder con empatía.
LEER LOS GESTOS
La prosa avanza con un ritmo pausado, apoyado en reiteraciones suaves y explicaciones que acompañan la mirada del lector. Este trabajo lingüístico favorece la escena central del reconocimiento corporal, donde el silencio se convierte en un espacio de encuentro. La comunicación, antes que verbal, es aquí un puente construido con manos y gestos, y esa elección refuerza la coherencia ética del relato.El giro final, al revelar la identidad simbólica del duende olvidado, no busca solo sorprender. Su propósito es subrayar que el espíritu de la Navidad suele pasar desapercibido para quienes no saben mirar. Memito lo reconoce porque ha aprendido a prestarle atención a lo pequeño y sutil. Y, en este gesto, el cuento instala una tesis: las fiestas (por más navideñas que sean) no borran las heridas; las acompañan.En este sentido, más allá del decorado clásico del imaginario navideño, la historia dialoga con una tradición de transformación interior donde el verdadero milagro es el cambio de mirada. La inclusión aparece como eje de la historia (no es un adorno discursivo) y se integra de manera orgánica. En esa integración que combina fantasía y conciencia reside su fuerza.
EL REGALO ESENCIAL
El cuento cierra con una moraleja. Para su autora, este recurso permite incluir al personaje y también los lectores. “Creo que es importante destacar lo especial, lo pequeño y lo sutil incluido a lo largo de la historia” remarca.En estas fiestas, cuando tantas celebraciones se quedan en el fulgor fácil, “Memito, mi duende favorito” nos ofrece un regalo más duradero: una historia que invita a detenerse y a mirar mejor. No en vano su moraleja dice que “la luz de la luciérnaga solo la nota un buen observador”. Por todo ello, recomiendo este cuento para su lectura en familia, en aula o a solas, porque devuelve a la Navidad su sentido más hondo: acompañar, incluir, mirar con atención y, discretamente, iluminar. ¡Feliz Navidad para cada uno(a) de ustedes!





