El inicio de una novela es significativo, no por lo revelado, sino por el sentido profético que las demás páginas develan. Al momento de leerla, la primera oración no nos dice mucho; pero, al final de la lectura, nos lo ha dicho todo.
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Para Eagleton, el comienzo de una novela es la maniobra inicial que el narrador realiza para que el secreto se mantenga sobre lo declarado. El comienzo de una historia ratifica la presencia de velas que, con el devenir de la noche, atizan sus luces.
“En otro tiempo fui una chica, pero ya no solo soy” es la oración inicial de LA CHICA, la última novela de la escritora irlandesa Edna O’ Brien. Maryam es el personaje elegido para pronunciarla y para dar testimonio de la crueldad que recae sobre los cuerpos olvidados de la historia. Ella menciona un tiempo perdido en el que su condición de chica apenas existió. El paso de los años y el pronunciamiento de la vejez no son los responsables; la culpa es de todos aquellos que, a lo largo de los años, han convertido el mundo en una necrópolis.
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Una novela testimonial
De acuerdo con Sarlo, el trabajo de memoria es un campo de conflictos entre quienes mantienen el recuerdo de los crímenes y quienes proponen pasar a otra etapa.
Con LA CHICA, Edna O’ Brien no solo se sitúa entre los que mantienen el recuerdo del horror, también se ubica entre aquellos quienes buscan dejar abierta la herida para que el terror se enseñe, se difunda y se discuta a cada momento. En el 2014, el Boko Haram secuestró a 276 niñas de la ciudad nigeriana de Chibok. O’ Brien se obsesionó con esta historia; por eso, a sus 89 años, viajó al norte de Nigeria para documentarse y entrevistar a alguna de las chicas que fueron liberadas, porque la mayoría sigue en manos de sus captores. LA CHICA es una novela testimonial que, matizada por los recursos de la ficción, arroja sobre cada uno de nosotros el dolor y el drama de las víctimas; “yo quería que muriera enseguida, que muriera antes de que pudieran desfigurarla aún más, pero destrozada como estaba, todavía no había muerto; sus ojos se movían enloquecidos”. El sufrimiento es impronunciable y la narración se diluye en los deseos de quienes esperamos voltear la página con la esperanza de que la escena se consuma.
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Maryam, la protagonista, no existe como sujeto real; es producto de la invención de O’ Brien. Sin embargo, su existencia en la ficción es producto de las distintas voces que testimoniaron el terror vivido durante el cautiverio, horror que se materializa cada vez que las víctimas cierran sus ojos; “estoy encadenada a ese bosque. Vive dentro de mí. Es con lo que sueño en la noche, con una desconcertada Baby cruzada encima del vientre, empapándose de mis terrores”. En palabras de Sarlo, “la narración de la experiencia está unida al cuerpo y a la voz, a una presencia real del sujeto en la escena del pasado”. El padecimiento de las niñas secuestradas llega a nosotros a través de la narradora quien con su cuerpo y con su voz da cuenta de la crueldad que ha acompañado la historia de miles de mujeres; “me devolvían a la vida a la fuerza con unos bofetones salvajes. Para saciar sus placeres. Lo mismo les sucedía a mis amigas, pero ninguna lloraba. Calladas como cadáveres”. Este tipo de escenas, forjadas en el pasado, conviven en el presente porque el recuerdo aparece incluso cuando no es convocado.
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La narración de la violencia
Hay novelas que narran la violencia y la crueldad de manera conformista y superficial; obras literarias que, movidas por cuestiones mercantiles, disfrazan lo cruel con códigos éticos y perversos. Por el contrario, la crueldad mostrada por Edna O’ Brien tiene un sentido ético y desestabilizador; “la crueldad contenida en una obra de arte sea libro, performance o representación teatral, que ataca a su consumidor, puede responder al deseo de provocar una reacción en él, romper su pasividad, hacerle reflexionar o al menos escandalizarle” (Ovejero). La lectura de LA CHICA es una práctica constante de reflexión y cuestionamiento sobre las distintas formas en que el ser humano ha convertido en un infierno la vida de los demás. O’ Brien no escribe un libro sobre la violencia en Nigeria, tampoco escribe un manifiesto político feminista sobre la condición subalterna de las mujeres en África; LA CHICA es solamente una obra de ficción que inevitablemente hiere y agrede a sus lectores; hace que estos —a pesar de querer desviar la mirada ante las incontables escenas de crueldad— entiendan que el arte puede aún inquietarnos.
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