Lino Jauregui, de 68 años, con un trapo humedecido, limpia la vitrina de la sepultura donde descansa el patriarca de su familia, Fernando Jauregui, en el cementerio La Apacheta, distrito de José Luis Bustamante y Rivero. Pone dos ramos de flores a los costados sostenidos en botellas de plástico, un globo con el mensaje feliz día superpapá, se quita su gorra beige y reza afligido.
Desde hace 48 años, cada tercer domingo de junio repite la misma acción para que su padre, dice, sepa que en esta vida aún lo quieren y lo recuerdan. Quien en vida era profesor de primaria del colegio Cerro Salaverry, en Socabaya, falleció a los 56 años a causa de la diabetes, enfermedad que antes no tenía tratamiento, dejando a cinco hijos, Lino es el menor.
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“Se fue muy joven, creo que a veces así es la vida de ingrata, pero por algo será (...) solo guardo los mejores recuerdos de mi padre, su cariño y enseñanzas que nos dejó y gracias a él somos todos sus hijos profesionales”, comenta. El paso de los años no ha aminorado ni un poco el amor que siente hacia su progenitor e incluso llamó a uno de sus hijos, Fernando, en su honor.
A pocos metros, Leonel Castillo, de 67 años, se despide de su padre Julio Castillo, que yace en el camposanto desde hace 31 años, dando un beso a su mano y acercándola hacia la sepultura. El también docente de primaria ejerció toda su vida en la ciudad, pero su corazón le fallaba luego de un preinfarto. “Tenía un carácter muy fuerte y una noche su corazón dejó de latir por un infarto, la familia recién se dio cuenta en la mañana cuando lo llamaron para el desayuno”, explica Leonel, que en aquel entonces estaba de viaje por trabajo a Bolivia y se enteró días después. Su hermana y madre también descansan en la Apacheta, por lo que el Día del Padre lo celebra en el lugar desde la mañana y parte a su casa en horas de la tarde.
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“Uno nunca supera una pérdida tan grande, solo nos resignamos. Yo amé a mi papá por ser un gran profesional y un excelente ejemplo a seguir”, menciona.
A lo lejos suena de un celular la canción “Viejo, mi querido viejo, ahora ya caminas lento”, de Piero De Benedictis, mientras Alicia Manrique retira las flores secas de la sepultura de su abuelo, que ella considera su padre, Carlos Sánchez Vizcarra Arce, un abogado muy conocido que falleció en el año 1983 por cáncer. Su nieta recuerda con cariño su labor de letrado en la calle San Francisco, conocida antes como la calle de las águilas, por los estudios de abogados. Después de 30 años retornó al país de Estados Unidos y no puede evitar llorar al rezar en la tumba de su segundo padre.
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Así como ellos, miles acudieron ayer al camposanto para visitar a sus seres queridos en el Día del Padre. Luego de dos años de pandemia, se observó gran concurrencia. Las personas recordaron a sus difuntos dejándoles flores, globos, algunos dulces y bebidas, con música y rezos.